En mayor o menor
medida, todos somos resilientes: aunque ciertas
situaciones resulten extremas, poseemos mecanismos psicobiológicos que nos
permiten soportar la presión y recuperar el equilibrio cuerpo-mente.
Podemos enfrentar y superar la adversidad, hallando la
calma en medio de la tormenta.
Las primeras investigaciones sobre la resiliencia aportaron
frescura al estudio clínico del trauma y los eventos negativos: en lugar de
centrarse únicamente en las llamadas áreas de vulnerabilidad,
los investigadores (Garmezy, Werner, Manciaux, Saleebey, Coutu,
Grotberg…) comenzaron a prestar atención a las fortalezas
interiores de los individuos.
En estos primeros estudios encontraron a niñas y niños que
sobresalían a pesar de no ser especialmente dotados y, sobre todo, a pesar de
atravesar circunstancias increíblemente difíciles. Tenían lo que los psicólogos
llaman un “locus interno de control”: creían que ellos, y
no sus circunstancias, afectaron sus logros. Se veían como los orquestadores de
su propio destino y los constructores de un futuro luminoso, y percibían el
arduo presente como un paso necesario hacia el éxito y la libertad.
Además, estos pequeños poseían una fuerte conexión existencial:
creían que todo lo que sucede tiene un profundo sentido y propósito, y esto les
permitía dotar de nuevo significado a las situaciones más desfavorables,
creando de este modo nuevas posibilidades.
“He tenido incontables problemas en mi vida.
La mayoría de ellos nunca ocurrieron.” – Mark Twain
¿Se puede aprender la
resiliencia?
Si bien no existe ninguna prueba psicológica en particular
que mida la resiliencia, durante décadas multitud de investigadores han
observado que ciertas personas son capaces de enfrentarse a obstáculos,
amenazas e impedimentos sin sucumbir emocionalmente y sin mostrar
comportamientos victimistas y derrotistas.
Los acontecimientos no son traumáticos hasta que los
experimentamos como traumáticos; es nuestra percepción de
lo que nos pasa lo que determina la forma en la que experimentamos lo que nos
pasa. Cuando percibimos la adversidad como un desafío y encontramos seguridad
interior, nuestras capacidades interiores emergen. Cuando percibimos la
adversidad como una amenaza o un evento potencialmente traumático, anulamos
nuestros mecanismos biológicos de crecimiento y creamos un problema duradero
que puede derivar en estados depresivos.
Las personas resilientes se niegan a percibir los
acontecimientos como traumáticos: viven las adversidades y los eventos
negativos sin derrumbarse, por muy dolorosos que estos resulten.
Si no te consideras una persona resiliente, no es que no
poseas esta capacidad. Lo que sucede es que la resiliencia se
refuerza con el uso y se pierde con el desuso. Cuanto más nos
esforzamos por ser resilientes, más fomentamos la flexibilidad cognitiva que
nos permitirá abrirnos a nuevas posibilidades; cuanto más nos sumimos en el
derrotismo, más reforzamos la neurorigidez que deriva en experiencias de
sufrimiento.
Aunque nuestro enfoque inicial sea negativo, podemos
aprender a percibir los estímulos de forma diferente para
replantearlos en términos positivos, lo que por supuesto requiere de altas
dosis de conciencia, claridad y discernimiento.
A continuación hemos recopilado 7
estrategias que expertos en diversos campos recomiendan
para desarrollar esa destreza que todos poseemos llamada resiliencia.
1. Cuéntate otra historia
Todos tenemos un narrador interno que tiende a exagerar.
Cuando vivimos tiempos difíciles, este narrador suele decirnos que será así por
siempre. Nada más lejos de la realidad.
Cuando se trata de imaginar nuestro bienestar y proyectarlo
hacia el futuro, tendemos a exagerar el impacto y la duración de los eventos
dolorosos. A esta conclusión han llegado los doctores Tim Wilson y Dan Gilbert,
que en sus estudios de “pronóstico afectivo” (affective
forecasting) han encontrado que las cosas malas nos hacen
sentir mal, pero no por tanto tiempo como pensamos ni con tanta intensidad: las
personas solemos aferrarnos a la desesperación con mucha facilidad, pero rara
vez llegamos a experimentar esos extremos que habíamos imaginado.
El Dr. Wilson explica que, del mismo modo que nuestro
sistema inmunológico nos defiende de agentes infecciosos, poseemos un “sistema
inmunológico psicológico” que cura nuestras heridas
emocionales. Según su investigación, nuestra mente inconsciente utiliza este
mecanismo para ayudar a la mente consciente a relativizar nuestras vivencias
dolorosas, de modo que con el paso del tiempo el narrador interior comienza a
contarnos una historia más agradable.
Aunque la voz interior tienda al dramatismo, con el tiempo
todo se va reenfocando gracias a este sistema inmunológico psicológico, y la
mejor forma de favorecerlo es mantener siempre una actitud resiliente. Estas
4 sencillas estrategias del Dr. Schwartz también te serán de gran ayuda
para encontrar una nueva voz en tu historia personal.
2. Cuestión de actitud
Si no adoptamos una actitud correcta, el camino a la
resiliencia se vuelve espinoso. Cuando nos negamos a considerar la posibilidad
de percibir los eventos negativos como oportunidades de crecimiento, y en lugar
de ello nos dedicamos a seguir victimizándonos, la resiliencia sigue durmiendo
en su guarida secreta.
La actitud es uno de los nutrientes principales que ayuda a
que nuestro equilibrio cuerpo-mente florezca.
3. ¿Quién creo que soy?
¿Somos lo que creemos que somos? ¿Está nuestra percepción
de nosotros mismos distorsionada, reflejando una imagen irreal pero familiar y
confortable?
Ya que la negatividad suele ser resultado de una percepción
desdibujada de la realidad, podemos comenzar por volvernos más objetivos en
nuestra autopercepción. Si evaluamos nuestra realidad –personalidad,
comportamiento, relaciones sociales…- de una forma más
imparcial y ecuánime, encontraremos que muchas de nuestras
fortalezas siempre estuvieron ahí pero nuestra ceguera nos
impedía verlas.
Las prácticas introspectivas como la atención plena son una
excelente forma de regresar a nosotros mismos y conocernos. Cuando nos volvemos
íntimos con nuestra vida interior (ya sean aspectos que aceptamos o
aspectos que rechazamos de nosotros mismos), nos percibimos con
mayor claridad, y capacidades que estaban en letargo como la resiliencia son
redescubiertas.
4. Crea
un diario de gratitud
Nuestro cuerpo y nuestra mente responden rápidamente a los
cambios positivos que la gratitud pone en funcionamiento. La gratitud abona el
terreno para que nuestra personalidad se vuelva más y más resiliente: se trata
de una sencilla pero excelente forma de transformar nuestras vidas avalada por
multitud de estudios científicos.
5. Enfrenta
tus miedos
Muchos profesionales utilizan la llamada “terapia
de exposición” para ayudarnos a cambiar las asociaciones que
en el pasado establecimos con determinados estímulos.
Si hay algo que nos aterra, podemos dotarlo de nuevo
significado dando pequeños pasos seguros: nos exponemos lenta
y repetidamente a eso que tanto nos asusta. Por ejemplo,
si nos aterra la opinión ajena y esto nos convierte en personas poco sociables
y comunicativas, nos exponemos en pequeñas dosis a ese miedo que nos bloquea.
Podemos acudir a reuniones e interactuar más de lo habitual. De este modo,
vamos superando el miedo a través del acto sostenido de enfrentar las emociones
que tanto nos molestan.
La idea de esta estrategia no es eliminar nuestros miedos
de un plumazo, sino entrar en contacto con nuestro valor y nuestra
resiliencia. No se trata de dejar de tener miedo,
sino de seguir adelante a pesar del miedo.
6. Practica
la compasión (y la autocompasión)
Lobsang Tenzin Negi, doctor en Budismo y creador del Cognitively-Based
Compassion Training (CBCT), un programa de meditación que actualmente es
utilizado en diversos estudios clínicos, expone en una entrevista que “en
este mundo tan complejo, lleno de estresantes psicosociales, lo que más
necesitan las personas, y más las angustiadas y deprimidas, son maneras más
sanas de forjar relaciones con quienes las rodean”.
“Sobrevaloramos las amenazas. Yo vengo de una cultura que
cree que cada ser humano tiene un tremendo potencial, somos altamente
resilientes, tenemos la capacidad de mantener el optimismo, de no desfallecer,
pero para ello lo primero que debemos integrar es que todos los seres de este
planeta tenemos una aspiración común: todos queremos ser felices. Ser
conscientes de esa interconexión nos hace acercarnos a las personas con un mayor
grado de afecto, cercanía y ternura, de manera que nos relacionamos con el
mundo de una manera más saludable.”
La autocompasión, como la propia palabra indica, implica
ofrecernos compasión a nosotros mismos: abordamos nuestro propio sufrimiento
con una actitud de bondad y no juicio. Cuando nos volvemos conscientes de que
todos experimentamos emociones y situaciones profundamente dolorosas, nos
alentamos a salir del absoluto dramatismo en que vivíamos y desarrollamos una
personalidad resiliente.
7. Practica el
perdón
Cuando no perdonamos
liberamos todos los neuroquímicos del estrés y la ansiedad. Además, el
cerebro entra en lo que se conoce como “la zona de no-pensamiento”, un
estado cognitivo en el que nuestras facultades mentales se ven seriamente
limitadas: no podemos pensar con claridad, y nuestra capacidad de resiliencia
corre el peligro de quedar anulada.
Perdonar es salir al encuentro del otro, lo que nos permite
al mismo tiempo salir al encuentro de nosotros mismos. Cuando nos volvemos
conscientes de que nosotros también hemos errado y hemos sido perdonados en el
pasado, relativizamos los fallos que todos cometemos, lo que nos permite
reencontrarnos con nuestras fortalezas interiores. Dejar de asociar las
equivocaciones -propias o de los demás- con
estados de rencor y hostilidad permite que nuestro cuerpo-mente encuentre un punto
de equilibrio óptimo en el que emerge lo mejor de nosotros mismos.
Resumiendo
1. Todos poseemos esa capacidad
natural de superar adversidades llamada resiliencia.
2. La resiliencia está íntimamente
ligada a nuestra percepción: cuando percibimos la adversidad como un desafío
que podemos superar, nuestras capacidades interiores emergen; cuando percibimos
la adversidad como una amenaza, anulamos los mecanismos psicobiológicos de la
resiliencia.
3. La resiliencia puede ser
entrenada y desarrollada: podemos aprender a percibir los estímulos de forma
diferente para replantearlos en términos positivos. Cuanto más nos esforzamos
por ser resilientes, más reforzamos esta capacidad; cuanto más caemos en
actitudes victimistas y derrotistas, más se atrofian nuestras fortalezas
interiores.
4. Las 7 estrategias descritas
anteriormente nos ayudan a desarrollar una personalidad resiliente a través del
reencuentro con las virtudes innatas que todos poseemos.
5. Ser resiliente es, en definitiva,
una decisión consciente.
“En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en
mi interior habitaba un verano invencible.” –
Albert Camus
A caballo entre el mundo de la investigación y la
aplicación práctica, Jorge Benito dirige Mindful Science, donde explora la
conexión mente-cuerpo, la activación voluntaria de nuestros mecanismos
naturales de transformación biopsicosocial y el fortalecimiento de
nuestras capacidades y virtudes humanas.
https://www.mindfulscience.es/7-estrategias-para-desarrollar-resiliencia/
GRACIASSS infinitas Amada Tahita!!!!!
ResponderBorrarGracias Tahita, hermoso y valioso mensaje, gracias, gracias, muchos abrazos
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