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miércoles, 30 de marzo de 2022

Las tres marcas de la existencia

 



Traducido con Amor desde… https://espanol.buddhistdoor.net


La existencia humana tiene tres características principales que están en el sustrato básico de la vida misma: la impermanencia, el sufrimiento y la ausencia de identidad en sí misma, del yo. De estas tres marcas, las dos primeras son situaciones vitales que evidencian lo que tenemos en común los seres humanos, el cambio constante en todos los ámbitos de la vida y el sufrimiento que esto acarrea. En cambio, la ausencia de identidad en sí misma, del yo, no es tan fácilmente comprendida, pero no por esto es una marca menos compartida.

El Buda no se sentó bajo un árbol para acabar sonriendo, siendo vegetariano y respirando atentamente; se sentó para estar con su confusión y su dolor hasta encontrar el origen de todo ello, a sabiendas de que su dolor era el dolor del mundo. Su legado nos anima a salir al encuentro de lo que nos incomoda, inquieta y tememos, y esto implica cierto esfuerzo.

 Los principios de un trabajo interior implican el compromiso de despojarnos de las corazas defensivas y recibir a la realidad en sus propios términos. La vida, al expresarse en sus propios términos, comunica que es impermanente, insatisfactoria y que el yo es insustancial, es decir ausente de identidad propia.

El malestar básico

Hay un modelo básico de relacionarnos con todo lo que nos pasa, sea lo que sea, y ese modelo tiende a retener lo que creemos que nos da seguridad o a rechazar o desconocer lo que nos cuestiona y disgusta.

Aunque materialmente no podemos retener nada, lo hacemos emocionalmente. Nuestra capacidad de imaginar un futuro a nuestra conveniencia alimenta fantasiosamente ese anhelo de felicidad continuada en las relaciones personales, sociales, laborales, etc. Pero lo único que obtenemos al retenerlas es fosilizar esa felicidad quitándole el brillo de su llegada y haciendo más dolorosa su partida. 

Ese mismo malestar básico nos lleva a cerrarnos, empujar o rechazar lo que nos disgusta o incomoda, eludiendo todo aquello que nos cuestiona, nos interpela y defrauda, porque no siempre nos sentimos lo suficientemente capaces de entablar una relación directa con las dificultades. Solemos inclinarnos más hacia la desconfianza en nosotros mismos que hacia una confianza en las cualidades y capacidades propias. Una mentalidad de pobreza que se expresa cuando el lenguaje y la memoria traen al presente lo no resuelto y el temor se apodera del futuro. 

Ponemos en marcha estrategias defensivas de apego y evasión para protegernos porque hemos adoptado la idea de que ser testigos de nuestro propio dolor nos debilita, en vez de usar esa permeable presencia como punto de apoyo para nuestra fortaleza.

Las tres marcas de la existencia 

Presentados estos dos movimientos habituales, apego y rechazo, entro de lleno Enel tema. Las tres marcas de la existencia:

  • Impermanencia
  • Sufrimiento
  • Ausencia de identidad en sí misma, del yo

La primera de las marcas de la existencia: la impermanencia

Definir la impermanencia no es otra cosa que citar el modo cambiante del suceder natural de las cosas. En muchos casos es evidente, en otros, menos, pero sucede en todos, los materiales y los inmateriales, como pensamientos y emociones. Los percibamos o no es lo que sucede constantemente, la vida se expresa a través de la impermanencia.

Consideramos la impermanencia una aliada cuando nos trae bienestar, de enfermo a sano, de solo a enamorado, del trabajo a las vacaciones, pero cuando la impermanencia lleva el recorrido contrario, ya no la consideramos como una amable expresión de la vida sino como un enorme problema. Pero, en realidad, la impermanencia no es un problema, es más, a ella le resultamos indiferentes, es el malestar básico, mencionado más arriba, lo que la convierte en un problema.

¿Cómo gestionar y qué aprender de ese malestar básico y de la impermanencia? Charlotte Joko Beck, en su inspirador libro Zen día a día, * me regala varios puntos de apoyo para abordar el bello mensaje de la impermanencia. Cita un pasaje de la literatura zen: «El cielo y la tierra se encuentran separados por una minúscula distancia», una poética alusión a la verdad absoluta y a la verdad relativa. 

Cuando meditamos y reposamos en la claridad y la no distracción del aspecto lúcido de la mente no dualista, comprobamos la impermanencia y el condicionamiento de todo eso que llamamos problemas y, luego, en el día a día, ese conocimiento puede llevarnos más allá del estremecimiento del malestar básico que solo contempla un escenario de problemas y amenazas a nuestro bienestar.

La segunda de las marcas de la existencia: el sufrimiento

Cuando decimos «pueda verme libre del sufrimiento y de las causas del sufrimiento» relacionamos dos conceptos: libertad y sufrimiento. En este anhelo, tan noble, por cierto, si no lo comprendemos en su intención más profunda y total, pasa desapercibido que afirmamos que algo del exterior nos trae el sufrimiento y abrigamos la esperanza de que algo exterior nos libere de él.

La auténtica libertad es ser libres de los condicionamientos surgidos del malestar básico, apego-rechazo, y entablar una relación abierta y cuidadosa con el dolor y el sufrimiento. Un compromiso muy serio con uno mismo para mirar con honestidad el proceso constante de evasión. 

No tiene mucho sentido, ni final, tratar un sufrimiento por vez, como no tiene sentido cambiar de calzado cada vez que cambia el suelo. Es más efectivo un entrenamiento profundo de la mente porque permite abordar el sufrimiento en su totalidad, en lugar de en sus parcialidades. 

«Cuanto más claramente veamos que no hay nada que hacer, con mayor nitidez sabremos qué es necesario hacer.»  Lo esencial es discernir entre libertad y sufrimiento para que al levantarnos del cojín nos acompañe la disposición a no echar a correr ante nuestros sufrimientos sino de atravesarlos. 

La tercera marca de la existencia: insustancialidad del yo

La evolución nos ha legado la extraordinaria capacidad de ser autoconscientes y, por eso mismo, somos capaces de desarrollar un sentido de identidad propia, con sentimientos nosotros mismos y sobre los demás.

El yo cumple, generalmente de forma eficiente, una tarea organizativa integrando sistemas y capacidades muy complejos, prioriza de alguna forma nuestras distintas potenciales y nos ayuda a conocernos. Sin dejar de señalar la expresión de salud mental y emocional que constituye un yo sano. 

Estas son las razones principales por las que siempre rompo una lanza en favor del yo como preliminar a las enseñanzas sobre el no yo. Pero esto no es desconocer que el sentido del yo también trae problemas. Aunque la autoconciencia es un rasgo evolutivo fantástico, este mismo sentido del yo es la matriz del malestar básico.

El yo egoico tanto se defiende, protege o complace como se juzga, critica y ataca, hace que nos pensemos, casi obsesivamente, en relación con los demás haciéndonos sentir inferiores y fracasados por no gustar, parecer débiles por no estar a la altura de lo que hoy se entiende por éxito. O, por el contrario, orgullosos, vanidosos y competitivos.

Siempre estamos intentando huir del malestar básico, sin darnos cuenta de que el combustible que alimenta esa huida es el mismo que la crea, el yo. En una mirada inclusiva y amable hacia nosotros mismos, podemos considerarlo como una pulsión que tiene como meta llevarnos de la infelicidad a la felicidad. Es necesario reconocerla y obtener algo de felicidad para adentrarnos con ánimo en la causa primera del malestar básico: el desconocimiento de la ausencia de identidad en sí misma del yo.

Comprenderla es atravesar una suerte de portal sin puertas para habitar en un espacio mayor que todo lo nombrable, mensurable y definible; que es mayor que cualquier conflicto y dolor, y por esto mismo es capaz de cobijar, comprender y gestionar. Estabilizar la capacidad para observar y residir en la experiencia de que el yo, siendo operativo y funcional, no es más que un ilusorio dueño de un arcoíris, incrementa las dos cualidades propias de ese espacio mayor, la sabiduría, que nos muestra la vida tal y como es, no como nos gustaría que fuese. Y la compasión, esa bondad esencial que revela el sufrimiento propio y el de los demás, que se completa con el deseo e intento de aliviarlo.

Tal como dice Matthieu Ricard «La cuestión principal aquí es establecer una distinción clara entre un yo fuerte y una mente fuerte. Un yo fuerte va acompañado de un egocentrismo desmesurado y de la percepción cosificada de una entidad que sería el yo. Una mente fuerte es una mente resiliente, libre y sagaz, que sabe gestionar de manera adecuada los sucesos de la vida, sean los que sean; una mente que no se siente insegura, sino abierta a los otros; una mente que no está zarandeada por la cólera, la codicia, la envidia u otros factores mentales perturbadores. Todas esas cualidades llegan cuando hemos logrado reducir la sensación de un yo como identidad. Así pues, podríamos decir, aunque parezca paradójico, que la mente no puede ser fuerte más que a condición de no caer bajo el dominio del apego al ego. En una palabra, una situación óptima sería tener un yo débil y una mente fuerte».

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https://espanol.buddhistdoor.net/las-tres-marcas-de-la-existencia/

 

martes, 29 de marzo de 2022

No hay palabras en mi cuerpo - Kevin Griffin

 



Practicando con las emociones

Traducido con Amor desde… https://tricycle.org

 

Como una persona que a menudo está atrapada en emociones difíciles, gran parte de mi práctica se enfoca en procesarlas. Antes de comenzar a practicar la meditación, podía hablar (durante horas) sobre mis sentimientos, pero rara vez sentía realmente mis sentimientos. La práctica de la atención plena me enseñó gradualmente cómo sentir, así como algunas formas de lidiar con esos sentimientos que no se trataban de arreglarme o descubrirme a mí mismo, sino de un conocimiento directo, un toque en el momento presente de mis emociones. Con la guía de mis maestros, intuitivamente sentí mi camino hacia un proceso que ahora veo que se basa esencialmente en los cuatro fundamentos de la atención plena de Buda. Aquí detalló la práctica de la atención plena bajo cuatro encabezados: Atención del cuerpo (ámbito de los sentidos), Atención del tono del sentimiento (impresiones reactivas de agradable, desagradable y neutral), atención plena de los estados mentales y atención plena de los fenómenos impersonales. Descubrí que la atención plena del cuerpo es la herramienta fundamental para esta práctica, mientras que los otros tres reinos dan una perspectiva de lo que descubro en la esfera de los sentidos físicos.

Cuando surge una emoción difícil, las sensaciones brindan un camino claro y directo para conectarse con lo que está sucediendo en el momento presente. Mi tendencia es entrar en pensamientos como juzgar (no debería sentirme así) o analizar (¿Por qué me siento así?) o resolver (¿Cómo puedo sentirme mejor?) Termino atrapado en mi cabeza y perdiéndome la realidad de la experiencia. Lo que suele pasar cuando pienso sobre mis sentimientos es que los pensamientos mismos provocan más sentimientos porque estoy en conflicto conmigo mismo, y profundizo en un estado de ánimo doloroso. A menudo, cuando estoy luchando contra la tristeza, la interacción de los pensamientos negativos con la energía física baja y el aburrimiento se convierte en depresión, ya que la combinación de pensamientos y sensaciones crea una especie de estado que lo abarca todo, una nube mental y física que parece impermeable. Al concentrarme en el cuerpo, me saco del reino del pensamiento (no hay palabras en mi cuerpo) y rompo este ciclo negativo.

Centrarse en la tristeza en el cuerpo es un desafío. La razón por la que empiezo a pensar en mis emociones en primer lugar es que no quiero sentirlas. La práctica de la respiración consciente facilita este proceso. En lugar de tratar de sumergirme directamente en el medio de los sentimientos, empiezo por sentir la respiración y luego dirijo suavemente mi atención hacia la emoción. Esto se puede llamar “respirar hacia adentro” mientras sigo la respiración hasta los puntos sensibles del cuerpo donde descansa la tristeza.

En este delicado proceso, la atención plena en la respiración necesita varias prácticas complementarias. Primero es la fe. Tengo que confiar en que estaré bien, que puedo estar con los sentimientos sin sentirme abrumado. Si confío en el poder de la atención plena, entonces no tengo que “resolver” la emoción. También necesito que me acepten y me perdonen a mí mismo para no juzgar mis propios sentimientos.

Cuando comencé a hacer este trabajo hace varias décadas, solo era consciente de las emociones en los lugares más obvios, el pecho y el vientre. Todavía uso esas áreas del cuerpo como mi primer enfoque en esta práctica. A medida que me volví más atento y confiado, descubrí que puedo notar emociones en prácticamente cualquier parte del cuerpo. Cuando surge el dolor, mi garganta se contrae y mis ojos se hinchan mientras contengo las lágrimas; el miedo puede aparecer como tensión en los hombros o corrientes de energía por los brazos; la emoción y la alegría pueden ser oleadas de hormigueo en la espalda.

Otra dificultad para ser consciente de las emociones es que, aunque las sensaciones están asociadas con el cuerpo, a veces (especialmente con los ojos cerrados) parecen existir en un ámbito ligeramente diferente, como si no estuvieran del todo dentro del cuerpo, sino alrededor. He leído u oído hablar de algo llamado "cuerpo emocional", y tal vez esto es lo que significa ese término. No sé si tal cosa es “real”, pero el concepto me ayuda a entender lo que estoy sintiendo, ya que la experiencia de las emociones en el cuerpo puede ser muy sutil y difícil de ubicar en el espacio.

En cualquier caso, dondequiera que surjan las emociones, ya sea “dentro” o “alrededor” del cuerpo, una cosa está clara: las sensaciones siempre están en movimiento.

Lo que he visto es que uno de los factores más fuertes que sustentan las emociones difíciles, especialmente la depresión y la ansiedad, es el miedo subconsciente de que durarán para siempre. Hay algo en nuestra constitución que crea esta impresión, y es uno de los engaños fundamentales. Cuando practico con emociones, tengo que recordarme conscientemente que son impermanentes. Esto es salir del ámbito de la atención plena estricta, el conocimiento directo de una experiencia y, más bien, reflexionar sobre la naturaleza de la experiencia. Y este es el consejo que el Buda da una y otra vez: contemplar el surgimiento y la desaparición de todos los fenómenos.

Una vez que he llegado a un cierto equilibrio en torno a las emociones en mi cuerpo, puedo incorporar los otros reinos de la atención plena para apoyar, profundizar y sostener la curación. El Segundo Fundamento, Atención Plena del Tono del Sentimiento, me ayuda a ver mi experiencia menos como un drama personal y más como un impulso desencadenado casi biológicamente. Nuevamente, pasando por debajo del reino de los conceptos, esta apunta al efecto crudo de la emoción: su cualidad agradable, desagradable o neutral. En otras palabras, no se trata de , son solo cosas que suceden. Estamos muy abajo en los centros inferiores del cerebro aquí, donde se trata de lo básico de la supervivencia. No hay racionalización sucediendo en este nivel, y no podemos evitar nuestras reacciones. Así que la única forma de entender el tono emocional de mi experiencia es como algo que no puedo controlar y que debo aceptar. En un largo retiro, cuando me sintonizaba, momento a momento, mi maestro me dijo que estaba experimentando ecuanimidad. En este nivel de conciencia, no me movía hacia el deseo o el no deseo, que es la reacción natural al experimentar sentimientos agradables o desagradables. En cambio, con solo ver el tono de sentimiento, permití que lo agradable y lo desagradable simplemente se movieran a través de mí con aceptación y atención plena. Este punto de vista tiene beneficios evidentes cuando se trata de emociones dolorosas.

El Tercer Fundamento, identificar estados mentales, es la forma en que suelo hablar de mis emociones, nombrando mis sentimientos como ira, tristeza, ansiedad, frustración u otra cosa. Si solo hago este tipo de nombramiento intelectualmente sin los pasos anteriores de sentir en el cuerpo y reconocer el tono del sentimiento, no ayuda mucho. Eso es porque lo que estoy tratando de hacer es aclarar el proceso por el cual los sentimientos aparecen y desaparecen. Cuando sigo las sensaciones hasta el tono de sentimiento correspondiente y luego nombro lo que está sucediendo, no solo sé lo que está sucediendo intelectualmente, lo sé visceralmente. Ver cómo se desarrolla este proceso es donde surge la comprensión: el proceso revela la impermanencia, el sufrimiento y la falta de una identidad sólida.

Con la Tercera Fundación, la emoción identificada, elimino gran parte del aguijón: "solo miedo", "solo tristeza". Y debido a que he deconstruido la emoción en sus componentes de cuerpo, sentimiento y estado mental, el nombre no es tan amenazador. No implica algún monstruo escondido; se sabe claramente. Ahora que sé lo que es, puedo considerar formas de trabajar con el sentimiento que no sean solo evitación reactiva. Si veo que estoy enojado, puedo respirar, relajarme, ablandar mi corazón, tal vez practicar un poco de bondad amorosa. Si veo que me inclino hacia la tristeza o la depresión, puedo intentar activar la energía ya sea físicamente, con ejercicio, o socialmente, conectándome con un amigo de confianza; o podría elegir enfocarme intencionalmente en algo positivo como la gratitud, la belleza o incluso mis propias cualidades positivas (si puedo pensar en alguna en ese estado de ánimo).

El Cuarto Fundamento, Atención Plena de los fenómenos impersonales, apoya este proceso dándome la visión más amplia de lo que está sucediendo. Aquí puedo ver mi experiencia observando el surgimiento del sufrimiento, su causa, su final y el camino hacia su final; puedo ver una emoción simplemente como uno de los obstáculos (deseo, aversión, somnolencia, inquietud y duda); Puedo deconstruir una emoción en sus componentes (forma, sentimiento, percepción, formaciones volitivas y conciencia). Una vez más, esta visión me saca de lo personal y me lleva a la experiencia universal de ser un ser humano con emociones.

Me gusta resumir la práctica de los Cuatro Fundamentos así: Así es como se siente mi cuerpo; es desagradable; Estoy de mal humor; es natural; y no se trata de mí.

Una vez que he pasado por este proceso, que es un proceso que puede repetirse muchas veces en un día, a menudo ha habido un cambio, ya que el simple hecho de abordar el sentimiento de esta manera tiene el efecto de desactivarlo. Todavía puedo tener el estado de ánimo, pero a menudo ocupa menos espacio en mi conciencia ya que mi punto de vista ha cambiado de alguien que sufre a alguien que observa el desarrollo del proceso.

Finalmente, necesito seguir adelante y hacer y pensar en otras cosas. Si paso todo el día tratando de ser consciente de mis emociones, puede convertirse en un ejercicio narcisista y obsesivo. En algún momento, solo tengo que decir: "Está bien, está bien, estoy de este humor" y dirigir mi atención a otra parte. Una de las ventajas de la práctica de la atención plena es que puedo aprender cómo hacer esto, controlar y dirigir mi atención hasta cierto punto para no tener que quedarme estancado en una experiencia o un punto de vista.

 

De la edición de otoño de 2012 de Inquiring Mind (Vol. 29, No. 1)

 Kevin Griffin



https://tricycle.org/trikedaily/four-foundations-of-mindfulness/

 

lunes, 28 de marzo de 2022

El poder del perdón - Gina Sharpe

 


Traducido con Amor desde... https://tricycle.org


El perdón no es simple. Cuando hemos sido lastimados, traicionados, abandonados o abusados, el perdón a menudo parece estar fuera de discusión. Y, sin embargo, a menos que encontremos alguna forma de perdonar, mantendremos ese odio y ese miedo en nuestros corazones para siempre. Imagina cómo sería el mundo sin el perdón. Imagínense cómo sería si cada uno de nosotros cargara con cada dolor, cada resentimiento, toda la ira que surge cuando nos sentimos traicionados. Si mantuviéramos eso en nuestros corazones y nunca lo soltáramos, sería insoportable. Sin perdón, nos vemos obligados a cargar con los sufrimientos del pasado. Como dice Jack Kornfield, “Perdonar es renunciar a toda esperanza de un pasado mejor”. En ese sentido, el perdón no se trata realmente del comportamiento dañino de alguien; se trata de nuestra propia relación con nuestro pasado. Cuando comenzamos la obra del perdón, es principalmente una práctica para nosotros mismos.

Maha Ghosananda , un monje theravada conocido como "el Gandhi de Camboya", solía dirigir caminatas dhammayietra ("peregrinaje de la verdad") a principios de la década de 1990, después de que los acuerdos de paz pusieran fin a la guerra civil.  A menudo encontró que la guerra aún estaba en curso. Los proyectiles silbaban sobre los caminantes y estallaban tiroteos a su alrededor. Algunos fueron asesinados. Los Jemeres Rojos habían arrasado los monasterios y arrojado las estatuas de Buda mutiladas a los ríos, los viejos hábitos se agitaban. Cuando captaron el mensaje de Ghosanada, “El odio nunca puede ser apaciguado por el odio; el odio solo puede ser apaciguado por el amor”, los soldados depusieron las armas y se arrodillaron al costado del camino. Los aldeanos trajeron agua para ser bendecida y sumergieron varitas de incienso brillantes en ella para señalar el final de la guerra. En lugar de dedicarse a la erudición monástica, construyó cabañas-templos en los campos de refugiados.

Maha Ghosananda construyó esos templos a pesar de que los remanentes de los Jemeres Rojos le dijeron que, si se atrevía a abrir estos templos, lo matarían. Cuando miles de refugiados llegaron a los templos, Maha Ghosanada repartió fotocopias desgastadas del Metta Sutta de Buda:

Con un corazón sin límites,
uno debería apreciar a todos los seres vivos:
irradiando bondad sobre el mundo entero,
extendiéndola hacia arriba hasta los cielos,
y hacia abajo hasta las profundidades.

Esta historia es un poderoso recordatorio de lo que puede hacer el perdón. La familia de Maha Ghosananda fue aniquilada, pero a pesar de todo lo que había sufrido durante el régimen de los Jemeres Rojos, Maha Ghosananda pudo encontrar el perdón en su corazón.

Para cultivar un corazón verdaderamente amoroso y bondadoso, necesitamos desarrollar prácticas que cultiven y fortalezcan el perdón y la compasión natural dentro de nosotros.

El perdón nos libera del poder del miedo y nos permite ver con bondad con un corazón sabio. Primero, necesitamos entender el perdón: luego aprendemos cómo se practica y luego cómo podemos perdonarnos a nosotros mismos ya los demás. El Buda dijo: “Si no fuera posible liberar el corazón del enredo y la codicia, el odio, el miedo y la ilusión, no te enseñaría ni te pediría que lo hicieras”. El poder del perdón nos libera del poder del miedo. Nuestra práctica de la bondad amorosa puede ser realzada por nuestra práctica del perdón, porque nos permite ver con ojos amorosos y descansar en un corazón sabio y pacífico. En cualquier momento, podemos aprender a dejar ir el odio y el miedo y descansar en paz y perdón; nunca es demasiado tarde. Pero para cultivar un corazón verdaderamente amoroso y bondadoso, necesitamos desarrollar prácticas que cultiven y fortalezcan el perdón y la compasión natural dentro de nosotros. Nuestra capacidad de perdonar nos permite hacer espacio para nuestra capacidad de enfrentar el sufrimiento, nuestro sufrimiento y el de los demás, con un corazón bondadoso.

El perdón no pasa por alto lo que ha sucedido de manera superficial. La práctica no se trata de plantar una sonrisa en nuestra cara y decir: “Está bien. No me importa. No es un esfuerzo erróneo suprimir nuestro dolor o ignorarlo. Si ha sufrido una gran injusticia, llegar al perdón puede incluir un largo proceso de duelo, indignación, tristeza, pérdida y dolor. El perdón es un proceso profundo, que se repite una y otra vez en nuestro corazón. Honra el dolor y honra la traición. Y a su debido tiempo, madura en la libertad de perdonar de verdad. Y si miramos honestamente nuestras propias vidas, podemos ver las penas y el dolor que nos han llevado a cometer nuestras propias malas acciones. No somos solo víctimas; a veces también necesitamos ser perdonados. Y de esta manera podemos finalmente extendernos el perdón a nosotros mismos y guardar el dolor que hemos causado en el corazón de la compasión. Sin tal misericordia viviríamos en aislamiento o en el exilio.

 A veces, el proceso del perdón lleva toda la vida, y eso está perfectamente bien. Puedes desplegarte a tu propio tiempo y a tu manera. No estamos tratando de fabricar algún tipo de sentimiento, por lo que si todo lo que puede reunir es la comprensión de que se hizo daño, está perfectamente bien. Las emociones vendrán no porque las obliguemos a hacerlo, sino porque están ahí, porque son la expresión de algún sentimiento profundo en nuestro interior. Entonces, si como resultado del daño hubo formas en las que tu corazón se cerró o tus sentimientos se cerraron, puedes reconocer eso también como parte del daño. Lo que sientes, lo sientes. Y lo que no sientes, no lo sientes.

Practicamos con la fe de que mientras hacemos las repeticiones, el cuerpo, la mente y el corazón aprenden. Esa es la belleza de estas prácticas, aprendemos que no tenemos el control de los frutos de nuestra práctica, pero tenemos el control de cómo hacemos la práctica, ya sea que lo hagamos con paciencia y diligencia y determinación y sabiduría y esfuerzo y energía. No tenemos el control de cómo se manifiesta en nuestra vida. No estamos tratando de hacer que algo suceda, porque al tratar de hacer que algo suceda, perderemos la belleza y el deleite de lo que sucede.

PRÁCTICA DEL PERDÓN

Esta práctica del perdón se presenta en tres partes: el perdón de los demás, el perdón de nosotros mismos y el perdón de quienes nos han lastimado o perjudicado. Esta no es una práctica coercitiva, así que, si sentimos que no queremos pedir perdón, entonces no tenemos que hacerlo. Si pensamos que no podemos perdonarnos a nosotros mismos, podemos sentarnos en silencio y ver si hay alguna pequeña, incluso diminuta, abertura en nuestros corazones que pueda permitir que entre la más mínima cantidad de luz. Y si sentimos que no podemos extender el perdón a los demás porque pensamos que algo es completamente imperdonable, entonces podemos ver eso también. Durante esta práctica, reflexionamos sobre cualquier resentimiento o amargura que tengamos y cómo está funcionando en nuestros propios corazones. Y si crees que solo hay una pequeña cantidad que puedes perdonar, entonces también está bien. Este es un profundo,

Es posible que no quiera asumir la cosa más grande que no ha estado dispuesto a perdonar hasta ahora, pero tal vez pueda abordar algunas ofensas pequeñas. Deja que tu corazón se ejercite en el perdón. Desea comenzar con algo que no sea tan abrumador y permite que el corazón comience a ejercitarse. Es como ejercitar un músculo de nuestro cuerpo. No comenzamos con el peso de 500 libras. Empezamos tal vez con un par de pesas pequeñas, y trabajamos con ellas para poner en marcha el músculo. Y luego, eventualmente, puede ser lo suficientemente fuerte como para soportar pesos cada vez más pesados. De la misma manera, con la práctica del perdón, es posible que desee comenzar poco a poco.

Siéntate cómodamente y permite que los ojos se cierren y que la respiración sea natural y fácil. Deja que el cuerpo y la mente se relajen. Siente tu conexión con la tierra. Respira suavemente en todo tu cuerpo, especialmente en tu corazón.

Mientras respiras, siente todas las barreras que has erigido y las emociones que has cargado porque no te has perdonado a ti mismo ni a los demás. Permítete sentir el dolor de mantener tu corazón cerrado.

Perdón de los demás

Mientras respiras en tu corazón y sientes alguna dureza allí, repítete en silencio: “Hay muchas formas en las que he lastimado o dañado a otros. Y los recuerdo ahora. Maneras en las que he traicionado, abandonado o causado sufrimiento, a sabiendas o sin saberlo, debido a mi dolor, miedo, ira o confusión”. Permítete recordar y visualizar las formas en que has lastimado a otros. Ve el dolor que puedes haber causado con tu propio miedo y confusión. Siente que finalmente puedes soltar esta carga y pedir perdón. Tómate todo el tiempo que necesites para imaginar el recuerdo que agobia tu corazón. Y a medida que cada persona te venga a la mente, simplemente di suavemente: “Te pido perdón. Te pido perdón.”

Perdón a nosotros mismos

Para pedirte perdón a ti mismo, repite en silencio: “Así como he causado sufrimiento a otros, hay muchas formas en las que me he lastimado y dañado a mí mismo. Me he traicionado o abandonado muchas veces en pensamiento, palabra u obra, a sabiendas o sin saberlo”. Permítete recordar las formas en que te has hecho daño. Y extiende el perdón por cada acto de daño, uno por uno. “Por las formas en que me he lastimado a mí mismo por acción o inacción, por miedo, dolor y confusión, ahora extiendo un perdón total y sincero. Me perdono a mí mismo, me perdono a mí mismo, me perdono a mí mismo.

Perdón para aquellos que nos han lastimado o dañado

Para extender el perdón a aquellos que te han lastimado o dañado, repite: “Hay muchas formas en que otros me han lastimado, abusado o abandonado, a sabiendas o sin saberlo, por pensamiento, palabra o acción”. Imagina las formas en que te has sentido lastimado. Recuérdalos. Todos hemos sido traicionados. Permítete recordar las formas en que esto puede haber sido cierto para ti y siente el dolor que has llevado del pasado. Y ahora, siente que es posible liberar esta carga extendiendo el perdón gradualmente a medida que tu corazón esté listo. No lo fuerces; cada daño no tiene que ser perdonado en una sola sesión. El punto es ejercitar de una manera muy pequeña algo que crees que estás listo para perdonar en este momento. Suavemente repítete a ti mismo: “Recuerdo las muchas formas en que he sido lastimado, herido o lastimado. Y sé que fue por el dolor, la confusión, el miedo, la ira de otro. He llevado este dolor en mi corazón por mucho tiempo. En la medida en que esté listo, te ofrezco perdón. A ti que me has causado daño, te ofrezco mi más sincero perdón. Te perdono."

Estas tres prácticas para el perdón pueden repetirse suavemente hasta que sientas una liberación en tu corazón. Por un gran dolor, es posible que no sientas una liberación. En cambio, puedes experimentar nuevamente la carga o la ira a la que te estás aferrando. Si ese es el caso, entonces puedes tocarlo suavemente. Perdónate a ti mismo por no estar listo para dejarlo ir y sigue adelante.


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Gina Sharpe es cofundadora y miembro del Teachers Council of New York Insight Meditation Center y enseña en otros centros.

 https://tricycle.org/magazine/power-forgiveness/




viernes, 18 de marzo de 2022

La raíz del sufrimiento - Adyashanti

 


El gran maestro espiritual Krishnamurti dijo: "Cuando a un niño le enseñas que un pajaro se llama 'pájaro', el niño no volverá a ver el pájaro nunca más". Lo que verá será la palabra "pájaro". Eso es lo que verá y sentirá; y cuando alce los ojos al cielo y vea que ese ser extraño y alado echa a volar, ya no se acordará de que lo que hay allí es, verdaderamente, un gran misterio. Ya no se acordará de que en realidad no sabe lo que es. Ya no se acordará de que esa cosa que vuela por el cielo está por encima de todas las palabras, de que es una expresión de la inmensidad de la vida. Es, en realidad, una cosa extraordinaria y maravillosa que vuela por el cielo. Pero en cuanto le asignamos un nombre, ya nos creemos que sabemos lo que es. Vemos "pájaro", y casi lo damos por descontado. Un "pájaro", un "gato", un "perro", una "persona", una "taza", una "silla", una "casa", un "bosque"... A todas estas cosas se les han atribuido nombres, y todas ellas pierden una parte de su vida natural en cuanto las nombramos. Está claro que debemos aprender estos nombres y debemos asociarlos a determinados conceptos; pero si empezamos a creer que los nombres y que todos los conceptos que les asociamos son reales, entonces habremos emprendido ya el viaje que nos conducirá a quedarnos sumidos en un trance por el mundo de las ideas.

La capacidad de pensar y de utilizar el lenguaje tiene un lado oscuro que, si se descuida y se emplea de manera imprudente, puede hacernos sufrir y tener conflictos innecesarios unos con otros. Porque al fin y al cabo eso es lo que hace el pensamiento. Separa. Clasifica. Nombra. Divide. Explica. Es verdad que el pensamiento y el lenguaje tienen aspectos muy útiles y que, por tanto, es muy necesario desarrollarlos. La evolución se ha esforzado mucho para que tengamos la capacidad de pensar de manera coherente y racional, o, dicho de otro modo, de desarrollar un pensamiento que nos permita sobrevivir. Pero cuando observamos el mundo vemos que esto mismo que ha evolucionado para ayudarnos a sobrevivir se ha convertido también en una especie de prisión para nosotros. Nos hemos quedado atrapados en un mundo de sueños, en un mundo en el que vivimos principalmente en nuestras mentes.

Este es el mundo de los sueños del que hablan muchas enseñanzas espirituales antiguas. Cuando muchos sabios y santos antiguos dicen: "Tu mundo es un sueño; estás viviendo en una ilusión", se refieren a este mundo de la mente y al modo en que nos creemos nuestros pensamientos acerca de la realidad. Cuando vemos el mundo a través de nuestros pensamientos, dejamos de conocer la vida tal como es y de conocer a los demás tal como son. Cuando yo tengo un pensamiento acerca de ti, es una cosa que he creado. Te he convertido en una idea. Si tengo una idea acerca de ti y me la creo, te he degradado en cierto modo. Te he convertido en una cosa muy pequeña. Así nos comportamos los seres humanos; esto es lo que nos hacemos los unos a los otros.

Para entender de verdad la causa del sufrimiento y nuestra posibilidad de dejarlo y quedar libres de él, tenemos que observar muy de cerca esta raíz del sufrimiento humano: cuando nos creemos lo que pensamos, cuando tomamos nuestros pensamientos por la realidad, sufrimos. Esto no resulta evidente hasta que no nos lo planteamos; pero el caso es que cuando nos creemos nuestros pensamientos, en ese instante mismo empezamos a vivir en el mundo de los sueños, donde la mente conceptualiza un mundo entero que en realidad no existe en ninguna parte más que en la mente misma. En ese momento empezamos a conocer una sensación de aislamiento, dejamos de sentirnos conectados unos con otros de manera humana, y, por el contrario, nos retraemos cada vez más en el mundo de nuestras mentes, en ese mundo creado por nosotros mismos.

Salir del patrón del sufrimiento

¿Cómo salir de esto, entonces? ¿Cómo evitaremos perdernos en nuestros propios pensamientos, proyecciones, creencias y opiniones? ¿Cómo empezamos a buscar una salida de este patrón del sufrimiento?

Para empezar, tenemos que hacer una observación, que es sencilla pero muy reveladora. Todos los pensamientos (los pensamientos buenos, los pensamientos malos, los pensamientos cariñosos, los pensamientos malignos) se producen dentro de algo. Todos los pensamientos surgen y desaparecen dentro de un vasto espacio. Si observas tu mente, advertirás que cada pensamiento se produce por sí mismo sin más, que surge sin ninguna intención por tu parte. Nuestra reacción aprendida es aferrarnos a ellos e identificarnos con ellos. Pero si somos capaces de renunciar, aunque sólo sea por un momento, a esta tendencia angustiosa a aferrarnos a nuestros pensamientos, empezamos a advertir una cosa muy profunda: que los pensamientos surgen y se agotan de manera espontánea y por sí mismos dentro de un espacio inmenso; que el ruido de la mente se produce, en realidad, dentro de un sentido muy profundo de silencio.

Puede que esto no resulte evidente a primera vista, porque estamos acostumbrados a concebir el silencio y la quietud en términos del entorno exterior. ¿Es silenciosa mi casa? ¿Ha dejado de ladrar el perro del vecino? ¿Está apagado el televisor? O bien, tendemos a concebir el silencio en términos internos. ¿Es ruidosa mi mente? ¿Se han tranquilizado mis emociones? ¿Me siento tranquilo? Pero el silencio o la quietud de que estoy hablando no es un silencio relativo. No es una ausencia de ruido, ni siquiera una ausencia de ruido mental. Es, más bien, una cuestión de empezar a advertir que existe un silencio que está siempre presente, y que el ruido se produce dentro de este silencio, incluso el ruido de la mente. Puedes empezar a darte cuenta de que todo pensamiento surge sobre el telón de fondo de un silencio absoluto. El pensamiento surge literalmente dentro de un mundo sin pensamientos; cada idea aparece dentro de un vasto espacio.

Cuando seguimos observando la naturaleza del pensamiento y, más concretamente, quién o qué es consciente de que se produce el pensamiento, la mayoría de las personas estamos bastante seguras: "Bueno, yo soy el que observa el pensamiento". Eso es lo que nos han enseñado y lo que nosotros suponemos de manera natural, que "tú" y "yo", como individuos separados, somos los que "pensamos" nuestros pensamientos. ¿Quién los iba a pensar, si no? Pero si lo observas con atención te darás cuenta de que en realidad no es cierto que seas tú el que piensa. El pensamiento es una cosa que sucede, sin más. Sucede, lo quieras tú o no, y se detiene, lo quieras tú o no. Cuando empiezas a observar este proceso, te puede impresionar bastante el descubrimiento de que tu mente piensa por sí sola y deja de pensar por sí sola, sin más. Si dejas de intentar controlar tu mente, comienzas a advertir que el pensamiento se produce dentro de un espacio muy vasto. Este descubrimiento es extraordinario, porque empieza a mostrarnos la presencia de algo distinto del pensamiento, y que nosotros somos algo más que el primer pensamiento que nos viene a la mente.

Cuando nos creemos nuestros pensamientos, cuando creemos muy dentro de nosotros que, de hecho, equivalen a la realidad, podemos empezar a ver que esto nos conduce directamente a la frustración, al descontento y, en último extremo, al sufrimiento, a muchos niveles. Este descubrimiento es el primer paso para desenmarañar nuestro sufrimiento. Pero también hay que ver algo más, una cosa más fundamental todavía. Este descubrimiento más profundo se produce mucho después de que hayamos formado nuestras opiniones, nuestras creencias y nuestra capacidad de conceptualizar. ¿A qué se debe que, a pesar de que hemos empezado a advertir que son nuestras mentes las que nos hacen sufrir, seguimos asiéndonos tan profundamente y con tanta vehemencia a ellas? ¿Por qué nos seguimos aferrando a esta identificación, hasta el punto de que a veces parece que es nuestra mente la que se aferra a nosotros? Uno de los motivos por los que hacemos esto es que creemos que nosotros somos, en realidad, el contenido de nuestras mentes: nuestras creencias, nuestras ideas, nuestras opiniones. Esta es la ilusión primordial: que yo soy lo que pienso, que yo soy lo que creo, que yo soy mi punto de vista particular. Pero, para ver más allá de esta ilusión, resulta útil observar con mayor profundidad todavía qué es lo que nos impulsa a ver el mundo de esta manera.

Imaginarnos a nosotros mismos y a los demás

Vamos a estudiar cómo formamos una imagen de nosotros mismos a partir de la nada, pues esto es precisamente lo que hacemos. A partir de este vasto espacio interior de consciencia y de quietud, formamos una imagen de nosotros mismos, una idea de nosotros mismos, una colección de pensamientos sobre nosotros mismos; esto es una cosa que nos enseñan a hacer cuando somos muy pequeños. Nos asignan un nombre, nos asignan un sexo. Vamos adquiriendo experiencia a medida que vivimos la vida, al ir pasando por los altibajos de lo que supone ser un ser humano; a cada hecho que nos sucede, cambian las ideas que tenemos acerca de nosotros mismos. Vamos acumulando poco a poco ideas acerca de ese que nos imaginamos que somos. Al cabo de no mucho tiempo, cuando tenemos cinco o seis años, ya tenemos los rudimentos de una autoimagen. La imagen es una cosa que valoramos mucho en nuestra cultura. Mimamos nuestra imagen; vestimos nuestra imagen; procuramos imaginarnos que somos más, o mejores, o incluso menos de lo que somos en realidad. En suma, vivimos en una cultura en la que se atribuye un gran valor a la imagen que nos proyectamos a nosotros mismos y que proyectamos a los demás. [...]

Así pues, en la práctica, todos andamos por la vida presentándonos unos a otros nuestras imágenes, y nos relacionamos los unos con los otros como imágenes. Sea quien sea quien creamos que es otra persona, no será más que una imagen que tenemos en la mente. Cuando nos relacionamos unos con otros desde el punto de vista de la imagen, no nos relacionamos con quien es el otro; sólo nos relacionamos con quien nos imaginamos que es el otro. Y después nos extraña que no nos relacionemos bien, que tengamos discusiones y que nos entendamos tan radicalmente mal unos con otros. [...]

Pero si queremos saber de verdad quiénes somos, si queremos llegar hasta el fondo de esta manera determinada nuestra de sufrir, que surge de que nos creemos que somos lo que no somos, entonces tenemos que estar dispuestos a mirar debajo de la imagen, debajo de la idea que tenemos unos de otros y, más concretamente, debajo de la idea que tenemos de nosotros mismos. [...]

Porque, cuando miramos dentro de lo que somos de verdad (por debajo de nuestras ideas, por debajo de nuestras imágenes), no hay nada. No hay ninguna imagen en absoluto.

Hay un koan zen (un koan es un acertijo que no se puede responder con la mente, sino sólo mirando directamente por uno mismo) que dice: "¿Cuál era tu rostro verdadero antes de que nacieran tus padres?". Naturalmente, si tus padres no habían nacido todavía, tampoco habías nacido tú; y si no habías nacido, no tenías ni cuerpo ni mente. Así pues, si no habías nacido, no podías concebir una imagen propia. Es una manera de preguntar, por medio de un acertijo: "¿Qué eres tú, en realidad, cuando miras más allá de todas las imágenes y de todas las ideas acerca de ti mismo; cuando miras de manera absolutamente directa aquí y ahora, cuando te basas completamente en ti mismo y miras por debajo de la mente, por debajo de las ideas, por debajo de las imágenes? ¿Estás dispuesto a entrar en ese espacio, en el lugar donde no se arroja ninguna imagen, ninguna idea? ¿Estás verdaderamente dispuesto y preparado para ser así de libre y así de abierto?".

(Extracto de El Fin del Sufrimiento)

martes, 15 de marzo de 2022

Atención plena a punta de cuchillo - Jill Satterfield



 

Traducido con Amor desde…https://tricycle.org

Hace un par de semanas, deseando un poco de soledad y unión con la naturaleza, fui a dar un paseo meditativo en medio de la niebla profunda y la llovizna suave que había estado presente durante días en el norte de California. A solo dos cuadras de mi casa, un joven se me acercó y lo saludé con una leve sonrisa, hasta que se acercó.

"Ríndete", dijo, y escuché un clic. Miré hacia abajo, y había una navaja apuntando a mi vientre. "¿Qué quieres decir?" Respondí. Honestamente no lo sabía. Pero reiteró su demanda con más fuerza y ​​procedió a cachearme.

No tenía nada sobre mí. “Ni siquiera tengo teléfono”, le dije. Levantó mi impermeable y palpó los bolsillos de mis vaqueros. Al ver que estaba diciendo la verdad, dejó caer mi chaqueta y luego se alejó. Así. Y yo también.

Me estremecí cuando se alejó, pero una parte de mí permaneció sorprendentemente tranquila. No hay forma de prepararse por completo para el impacto de ser asaltado a punta de cuchillo, pero mi práctica de meditación de 30 años me proporcionó algunas habilidades en las que me apoyé ese día.

A medida que se desarrollaba el atraco, hice lo que me habían enseñado a hacer y mantuve una gran conciencia de mi cuerpo mientras sentía la calidad surrealista de esta experiencia. Me había quedado muy quieta, mi mirada tranquilamente en su rostro mientras mi conciencia se desplazaba a mis pies, luego a mi corazón y su ritmo, que era normal, y luego a mi vientre para sentir si estaba apretado. Este escaneo fue rápido pero completo. Era consciente del peligro en el que me encontraba, así como de una calma interior. Esta atención plena me conectó a tierra en un momento en que mis pensamientos podrían haberse descontrolado.

Mientras caminaba a casa, mi ritmo era tan lento como antes. Di unos seis pasos antes de pensar que debería darme la vuelta y asegurarme de que no estaba detrás de mí a punto de apuñalarme por la espalda. Vi que había llegado al final de la cuadra, y lo vi doblar la esquina, desapareciendo de mi vista.

Seguí caminando y pronto vi a un hombre en una bicicleta. Le pedí que llamara a la policía, pero tampoco tenía teléfono. Mientras le contaba lo que había sucedido, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Luego compartió una historia de cuando lo asaltaron y comenzamos a reírnos de lo extrañas que fueron estas experiencias. Mi corazón se relajó y continué mi camino.

De vuelta en mi casa, llamé a la policía y luego me senté en mi sofá. Todavía tenía muchos sentimientos que necesitaba procesar, así que me involucré en lo que he llegado a considerar como una práctica en el sofá.

Cuando estoy experimentando emociones fuertes, ya sean muy agradables me siento en mi sofá y (si puedo) me doy tiempo para sentirlas realmente. Presto especial atención al aspecto somático o corporal de mi experiencia, que incluye sensaciones, tonos emocionales y percepción intuitiva. Reconocer lo que surja me permite formar una imagen más completa.

Todo tiene una resonancia, seamos conscientes de ello o no. El trauma puede enterrarse rápidamente en el cuerpo. ¿Había trauma en mi cuerpo ahora? No pude encontrar ninguno. me sentí bien Estaba tranquilo, seguro, seco e ileso, y sobre todo estaba agradecido. Al mismo tiempo, me sentí increíblemente triste por el joven cuyas condiciones lo llevaron al punto de amenazar a alguien con un cuchillo. Mi simpatía por él y la alegría de estar viva se juntaron cuando me senté en ese sofá y los vi mezclarse por un rato.

La experiencia no fue agradable, por decir lo menos, pero tenía la opción de cuántas veces la reproduciría y cuánto le agregaría o no. Decidí deliberadamente dejar que la experiencia se repitiera conscientemente unas cuantas veces y luego dejarla pasar. Sé muy bien cómo agregar una historia a una situación solo le da una huella más profunda. Mi práctica me ha servido, sobre todo en este sentido.

Recuerdo esta  hermosa enseñanza de Kosho Uchiyama Roshi que sugiere que “abramos la mano del pensamiento”. Al abrir la mano, soltamos lo que sea que estaba sosteniendo ese pensamiento y nos abstenemos de tomar algo nuevo. Con el tiempo, la práctica de la meditación hace que sea más fácil elegir en qué enfocarse, dejarlo, quedarse, disfrutar, alejarse, mejorar o reiterar. Y me ha permitido ver esta experiencia como otra oportunidad más para abrirme, para mantener mis ojos bien abiertos, mi corazón tranquilo y mis manos abiertas.


 

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Jill Satterfield  es una profesora internacional de mindfulness y meditación. Sus enseñanzas integran atención plena, terapia somática y psicología contemplativa. Es miembro fundador de la formación de profesores de meditación y yoga consciente de Spirit Rock.

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https://tricycle.org/trikedaily/mindfulness-knifepoint/