A menudo me
pregunto por qué sufrimos tanto. Somos privilegiados en muchos aspectos de
nuestra vida, pero todo y así sufrimos y ¡mucho! a veces hasta
desgastarnos emocionalmente, paralizarnos y llegando a perder todo el sentido a
nuestra vida. Sufrimos porque un proyecto no ha salido como esperábamos,
sufrimos porque una persona no nos quiere, sufrimos porque las cosas no nos
salen como nos gustaría…en definitiva; sufrimos. ¿Y por qué tanto?
¿Por qué de esta manera?
En primer lugar,
cabe decir que el ser humano tiene la especial habilidad para alojar hábitos
mentales autodestructivos en su mente. Las experiencias negativas las
interiorizamos de tal manera que dejamos que formen parte de nuestro yo.
Como añadido las exageramos en nuestra preciada cabecita dándoles
un poder capaz de demolernos. Por consiguiente, nuestras emociones adquieren un
tono negativo y nuestras conductas siguen los mismos pasos. Aquí nos
preguntamos el por qué y si es posible encauzarlo de otro modo.
Siguiendo al
prestigioso psicólogo Albert Ellis, podemos entender porque este mecanismo de
pensamiento se vuelve irracional y tan nocivo para nuestra salud. El autor
distingue entre las emociones saludables de; tristeza, enojo y frustración a
las patológicas de ansiedad, culpa y vergüenza. Dicho de otro modo; cualquier
persona puede sentirse triste porque por ejemplo ha sufrido una decepción, pero
de esa persona dependerá que esa emoción tome dimensiones mayores llegando a la
ansiedad y al sufrimiento extremo. Parece fácil, lo sé, pero tiene una sencilla
explicación y ésta alberga un pequeño secreto que radica en los deberías
y en las autoexigencias.
La cuestión
principal reside en que no nos permitimos fallar, más bien nos sentenciamos por
ello y vamos por la vida con imposiciones del tipo; “debo ser
feliz” “tengo que conseguir…”, “no puedo equivocarme en
esto…” Del mismo modo, solemos esperar de los demás y del mundo en
general una respuesta rígida. Esto es; “él/ella no puede decepcionarme…”,
“él/ella debe…”, “todo el mundo necesita…”
Díganme ustedes: ¿qué emoción cabe esperar tener si nos imponemos
constantemente no fallar y de repente fallamos? Está claro; el resultado es el
castigo, nuestro castigo. Ni más ni menos y no viene de
fuera sino precisamente de dentro, del interior de nosotros mismos y de nuestro
discurso cognitivo.
Si nos fijamos;
pensar en términos impositivos y absolutistas del tipo “debo” no nos deja
espacio para la libertad de elección ¿Cómo sería cambiar estas imposiciones por
otras menos dogmáticas? Por ejemplo; “me gustaría ser feliz, pero si
hay momentos en los que desfallezco, no ocurre nada malo” o “sería
fantástico conseguir este puesto de trabajo, pero si no lo consigo no hay
motivo para no buscar otro” Ellis considera relevante reemplazar esta
“filosofía demandante” de vida, por una “filosofía preferencial” con metas
que nos motiven y no con metas que nos sentencien.
A parte de
nuestras necesidades básicas (alimento, bebida, descanso…), lo demás no es
indispensable, aunque tengamos la extraña habilidad para hacerlo
imprescindible. Cometemos el error de traducir nuestros placeres (por ejemplo,
conseguir un anhelo) en tensiones (si no lo consigo perderé mi bienestar),
nuestros entretenimientos (ir al gimnasio, leer un libro…) en obligaciones (si
no lo hago significa que me descuido a mí y a mis espacios) y nuestras metas
(ascender en el trabajo) en ansiedades (soy un perdedor por no haberlo logrado)
¡Peligro! Pues no hay mayor precipicio que el de nuestros pensamientos, que nos
guste o no, son los que nos hacen caer o por el contrario visualizar que solo
se trata de pequeñas piedras superables en el camino.
Núria Costa,
psicóloga
SonComoSomos
https://soncomosomos.com/los-deberias-que-me-impongo-me-hacen/
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