A veces me preguntan: “Jeff, ¿tú meditas?”
Y la respuesta es: No, no lo hago.
O, bueno si, medito, dependiendo de cómo definan la meditación.
No tengo una manera formal de practicarla:
no tengo un horario, ni una técnica,
no enciendo inciensos ni tengo fotos de gurúes en la mesa.
Nunca me digo a mi mismo: “Ahora estoy meditando”.
Y aun así, a lo largo del día, me encuentro a mí mismo
en un estado de profunda meditación, absorto en la Inmediatez.
¿Qué clase de meditación es esta entonces?
Pura fascinación con este momento,
Exactamente como es.
Permitiendo que todo sea.
Inundando la experiencia presente con curiosidad.
Sin añadir algo,
Sin quitarle algo tampoco.
Sin objetivo, sin búsqueda, sin agenda,
Sin ningún estado especial que lograr,
Sin ninguna experiencia especial que tener.
Pura admiración,
La extraordinaria cotidianeidad de lo que es,
La vida siendo vivida.
Y en última instancia no se trata de algo que estoy haciendo,
Finalmente se trata de quien soy realmente.
Esta consciencia abierta, como de un niño,
absorbiendo amablemente cada sonido,
cada cosa que veo, que huelo, cada sensación,
sentimiento… que suavemente empujan hacia el “mundo”,
si, abrazando un mundo como una madre abraza a su pequeño.
Yo soy la madre de mi mundo entonces.
Yo soy el espacio que sostiene lo cotidiano.
Yo soy el silencio en el corazón de las cosas.
Yo soy la Capacidad para la alegría y para una gran pena.
Nunca necesito buscar una experiencia más “viva”,
más “profunda”, o más “espiritual”,
Ya que este momento es profundamente sagrado…tan hermoso,
Inundado de gracia…
Completo, siempre completo.
El vidrio roto de una caseta del autobús,
La mirada de un rostro desconocido,
ocultando y traicionando a la vez eones de dolor y anhelo.
El escalofrío en mi mejilla
mientras camino para encontrarme con un amigo.
Antes solía meditar,
Ahora la meditación la llevo en mis huesos.
Ahora yo soy meditación.
La vastedad que abraza un mundo entero.
- Jeff Foster
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