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domingo, 24 de mayo de 2020

Elogio de la oscuridad- Sergio Sinay

 

Desde este siglo nuestro, en el cual la electricidad es tan omnipresente y nos parece tan natural como el mismo sol, cuesta caer en la cuenta del papel que jugaron la oscuridad y la noche en la vida de la humanidad hasta ayer nomás, durante decenas de miles de años y durante los dieciocho siglos anteriores de nuestra civilización.

Hemos ido desterrando la noche a fuerza de artilugios tecnológicos, al mismo tiempo que nos fuimos divorciando de nuestra pertenencia a la naturaleza. Junto con esa disociación también trastocamos la secuencia de nuestros ciclos biológicos. Como la mayoría de los seres vivientes, los humanos estamos diseñados y programados para la actividad diurna y el reposo nocturno, al compás de la alternancia entre la luz y la oscuridad, entre la luna y el sol, entre las estrellas y el azul del cielo.

“Donde se la observe y se la perciba palpitar, la vida es un armónico diálogo de opuestos complementarios. El día y la noche, la tierra y el agua, el frío y el calor, lo suave y lo áspero, el dolor y la alegría, la esperanza y la desesperanza, lo blando y lo duro, lo viejo y lo nuevo, la acción y el descanso, la razón y la emoción, y así podríamos continuar largamente con solo poner un poco de atención en el mundo que habitamos”.

Esa danza del día y de la noche es una de las tantas que celebran los opuestos que componen la vida. Porque, donde se la observe y se la perciba palpitar, la vida es un armónico diálogo de opuestos complementarios. El día y la noche, la tierra y el agua, el frío y el calor, lo suave y lo áspero, el dolor y la alegría, la esperanza y la desesperanza, lo blando y lo duro, lo viejo y lo nuevo, la acción y el descanso, la razón y la emoción, y así podríamos continuar largamente con solo poner un poco de atención en el mundo que habitamos.

Decía el psicólogo suizo Carl G. Jung, padre de la psicología de los arquetipos y profundo estudioso de los símbolos en la vida humana, que si algo puede ser nombrado o descrito es porque existe su opuesto. ¿Qué podríamos decir del frío sin experiencia del calor? ¿Cómo saber de lo duro sin lo blando?

¿De qué modo describir la luz sin conocer la oscuridad?

Si se elimina uno de los opuestos se altera, de maneras tanto evidentes como sutiles, la armonía cósmica, el orden del universo. Cabe preguntarse, aunque parezca extraño, cuánto del malestar que hoy recorre nuestros vínculos, nuestra manera de estar en el mundo, cuánto de la ansiedad y la angustia existencial que se manifiestan como epidémicas, como signos de la época, tiene que ver con el hecho de hayamos ido eliminando la noche.

De luces y sombras

Jonathan Crary, crítico de arte, ensayista y profesor de Arte Moderno y Teoría en la Universidad de Columbia en Nueva York, exploró de un modo agudo e inspirado respuestas para esos interrogantes, y los reflejó en su libro 24/7: el capitalismo tardío y el fin del sueño. El 24/7 del título alude a las 24 horas del día durante los 7 días de la semana en las que nuestro planeta permanece iluminado. Si hasta hace no hace mucho tiempo desde el espacio exterior hubiéramos visto una mitad de esta esfera que es la Tierra iluminada por el sol y la otra mitad recogida en la oscuridad, eso ya no es así. Hoy veríamos una pelota brillante en su totalidad.

Donde antes había noche, silencio, reposo y recogimiento hoy hay luz artificial, bullicio, movimiento, actividad espasmódica.

Los humanos dormimos menos, descansamos menos, obligamos a nuestro cerebro a trabajar a destajo, al igual que a nuestros ojos, nuestra voz, nuestro corazón; forzamos el funcionamiento de nuestro organismo y nuestra mente, no le damos espacio a la quietud que pide nuestra alma. Y, de paso, alteramos la vida de otras especies, tanto animales como vegetales.

Eliminar la noche contribuye a la catástrofe ambiental.

La lógica capitalista, dice Crary, necesita un mundo despierto, iluminado, sin sombras, sin pausas y dispara permanentemente estímulos para que nuestros deseos (a menudo disfrazados de falsas necesidades) nos impulsen a estar incesantemente despiertos para producir y para consumir, no importa a qué costos, ni con qué consecuencias.

El sueño no es negocio, y lo que no es negocio debe ser erradicado.

En este paradigma el sueño es una anomalía, el descanso es tiempo perdido; la oscuridad, el silencio, la calma, la reflexión, son un desperdicio. Se desoyen las palabras de Antoine de Saint Exupéry, cuando el autor de El Principito decía: “Noche, la amada. Noche, cuando las palabras desaparecen y las cosas cobran vida. Cuando el destructivo análisis del día ha concluido y lo que es realmente importante se convierte y resuena de nuevo entero. Cuando el hombre zurce su ser fragmentado y crece con la calma del árbol”.

“Los humanos dormimos menos, descansamos menos, obligamos a nuestro cerebro a trabajar a destajo, al igual que a nuestros ojos, nuestra voz, nuestro corazón; forzamos el funcionamiento de nuestro organismo y nuestra mente, no le damos espacio a la quietud que pide nuestra alma. Y, de paso, alteramos la vida de otras especies, tanto animales como vegetales. Eliminar la noche contribuye a la catástrofe ambiental”.

En esa misma dirección reflexionó el sacerdote, filósofo y poeta irlandés John O´Donohue (1956-2008), autor del bello libro Anam Cara, al decir: “Durante la noche, el mundo descansa. Árboles, montañas, campos y rostros son liberados de la prisión de la forma y la visibilidad. Al amparo de las tinieblas, cada cosa se refugia en su propia naturaleza. La oscuridad es la matriz antigua. La noche es el tiempo de la matriz. Nuestras almas salen entonces a jugar. La oscuridad todo lo absuelve; cesa la lucha por la identidad y la impresión. Descansamos durante la noche”.

Acaso sea tiempo de recuperar la noche en toda su dimensión, de volver a ver las estrellas (ahuyentadas por la luz inclemente y omnipresente), de reencontrarnos con ese silencio distinto, aterciopelado, en el cual por fin se pueden escuchar nuestras voces interiores más íntimas y profundas, desgañitadas a fuerza de gritar sin ser escuchadas. Para Arthur Schopenhauer, un gigante de la filosofía universal, es en el sueño donde se puede expresar el verdadero corazón de la existencia humana. Y, cabe agregar, para que haya sueños es necesario que haya sueño.

Quien no duerme, no sueña.

Un viejo proverbio de origen desconocido señala que el día tiene ojos y la noche tiene oídos. Cuando los ojos descansan merecidamente, los oídos pueden captar en la oscuridad las voces más íntimas. Shakespeare produjo sus obras inmortales cuando la mitad del planeta reposaba, quizás porque en la oscuridad supo escuchar las voces de la inspiración

 

Blog de Sergio Sinay

Sergio Sinay

Ensayista, narrador y periodista. Investiga y escribe sobre vínculos humanos, temas existenciales, sociales y filosóficos.

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