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jueves, 7 de febrero de 2019

El sentido de estar enfermo- Dr.Fernando Callejón

Muchas veces me he preguntado qué significa estar enfermo. Las respuestas no se han hecho esperar. Hay tan diversas teorías sobre la enfermedad que no es una pregunta difícil de contestar.
Sin embargo ninguna de esas teorías me permite encontrar en ella una salida a la enfermedad. Puedo encontrar causas y desarrollos pero no puedo detener la enfermedad con el conocimiento de ellas. Necesito buscar a quien conoce y es a través de este sujeto que supuestamente sabe, que puedo curarme. No es mi saber el que me cura sino el saber del otro.
No importa que recurra a medicamentos, al psicoanálisis o al esoterismo. Es siempre a través del otro que puedo detener la enfermedad.

Es en este punto en donde estar enfermo significa algo distinto a tener una dolencia y preguntarse el significado de la misma. Ahora estar enfermo es necesariamente relacionarse con un saber que es de otro. Sentirse obligado a aceptar la intromisión de otro en nuestras vidas. Percatarse de que los otros tienen poder sobre nosotros.
Estar enfermo es una exposición de nuestras fallas. Una publicación en escrito y con imágenes de la pérdida de nuestra consistencia. A partir del diagnóstico ya no podremos convivir con la fantasía de estar enteros y de ser únicos. Estaremos agujereados y ocupados por otros.

Pero si bien éste aspecto de la enfermedad (la pérdida de la consistencia) es muy importante, el primer abordaje de la medicina no es ése precisamente. Es muy poco probable que el médico se ocupe del sufrimiento del paciente por haber perdido su unidad y su firmeza. En realidad, ese detalle pasa desapercibido para la mayoría de los médicos. Ellos se proponen investigar qué puede haber detrás de todo ese sufrimiento. Así se imponen con todo tipo de análisis y estudios de baja o alta complejidad para estudiar el sistema que está afectado.

En lugar de trabajar sobre el sufrimiento con el bagaje de conocimientos que tiene, deja de lado todo ello y pasa a investigar lo que el paciente jamás va a decir. El tamaño del corazón, los tumores pequeños que aún no dan síntomas, los marcadores que indican lesiones iniciales, y todo aquello que si el paciente no hubiese tenido un sufrimiento que lo llevara al médico, jamás hubiese investigado.

Hay mucha gente que huye de los médicos y se niega a hacerse estudios de rutina aún cuando padezcan determinados síntomas que según el sistema médico deberían estudiarse. Alguno de ellos, cuando ese síntoma (dolor, mareos, agitación) se hace persistente, declinan de su pensamiento y consultan al médico. Llamativamente no hay una rápida respuesta al motivo de su consulta sino la elaboración detallada de una serie de análisis y estudios con la promesa de que pronto se llegará a un diagnóstico y se dará un tratamiento eficaz.

Es alarmante la cantidad de veces que nunca se llega a ese diagnóstico pero es mucho más alarmante la cantidad de pacientes a los que nunca se trata del sufrimiento que motivó su consulta y que son -atrapados- por el sistema médico en diagnósticos imprecisos y estudios infinitos, porque se -descubre- en ellos otra patología que nada tenía que ver con el motivo de consulta.

Mentes desprevenidas e inocentes podrán decir que eso fue una fortuna para el paciente ya que le -descubrieron- enfermedades que hubiesen avanzado y tienen la oportunidad de ser tratados -a tiempo-. Nada es más incierto que esto.Si entendiéramos el sentido de la enfermedad, jamás permitiríamos que nos -investiguen- nuestro cuerpo ni -descubran- nuestras enfermedades.

Lo que nosotros conocemos como enfermedad no es otra cosa que un lenguaje. Del órgano afectado, de sus células, de todo el cuerpo y del colectivo social en la que nace.
Un lenguaje no se destruye, ni se bloquea su expresión. Se escucha y se entiende. Lo que hagamos con esa escucha luego será una acción de absoluta libertad que favorecerá la convivencia con el órgano que habla o planteará una lucha territorial entre el ser habitado por ese órgano y éste.

Nuestro organismo es un colectivo social tal como la ciudad o el país en el que vivimos. Con su historia y sus habitantes. Cada órgano tiene una función que muchas veces el resto de los órganos no conoce. En las comunidades humanas esto también ocurría así. No había gran conocimiento de lo que acontecía en lugares lejanos o en jerarquías determinadas. Tal como ocurre actualmente en este aspecto en la sociedad, la tremenda exacerbación de la información ha hecho que nos enteremos de todo y de todos cotidianamente. Lo mismo ha ocurrido en el organismo. Hay demasiada información sobre lo que hace mal o sobre los efectos nocivos de determinadas conductas, alimentación o forma de vida. Esto ha provocado que determinados conocimientos (la manteca engorda, por ejemplo) hayan alcanzado un umbral de aceptación que ha convertido ésta relación de conocimiento en una realidad. Lo llamativo es que esta relación de conocimiento antes de haber alcanzado ese umbral, no era real (la manteca no engordaba).

El descubrimiento de la enfermedad ha seguido este camino. Relaciones de conocimiento que han alcanzado umbrales de aceptación. Cuando éramos niños comíamos pan con manteca dos veces al día todos los días y éramos delgaditos y sanos. Hoy abundan los niños obesos y todos consumen yogurt descremado y flancitos dietéticos. Que se atribuya esto a la falta de gimnasia es una ingenuidad. El mismo camino ha provocado que se descubran nuevas enfermedades y que todos estemos más o menos enfermos. El conocimiento ha sido usado no para liberar al hombre sino para esclavizarlo y uno de los instrumentos más avanzados del poder esclavizante es la medicina.

El otro que nos descubre puede ser un otro enriquecedor y maravilloso. En cambio de ello, este otro que nos diagnostica es el más peligroso aliado del sometimiento y la pérdida de autoridad.

El sentido de la enfermedad es encontrar otro que nos libere. Aquel que sepa interpretar el lenguaje del malestar y nos de los elementos para entender aquello que no nos deja ser libres.


Descubrir enfermedades para la concepción actual, es aceptar relaciones de conocimiento que fundan realidades que si no responden a los tratamientos creados para estas realidades, llevan a la muerte y la destrucción. Un nódulo en una mama debe ser tratado como el lenguaje de esa mama que intenta nutrir a un hijo en peligro. O como la desesperada puesta en acción de una de las corazas más antiguas del cuerpo. O como la necesidad de atraer a alguien que se fue. Ese lenguaje debe ser escuchado. En lugar de ello, se punzan los nódulos y se activan comportamientos celulares de defensa que harán exigible la amputación de la mama por la reacción que ésta genera.
La relación de conocimiento es apabullante. Son células que se han vuelto locas y nos intentan destruir. Esta relación ha creado una realidad que obliga a creer en ella o morir. Y la muerte ocurre. Porque la ficción del poder triunfa sobre la naturaleza humana basada en la cooperación y la armonía.

Descubrir una enfermedad es trabajar para el poder esclavizante. Escuchar el lenguaje del cuerpo es fluir con la naturaleza humana.
Una vez que la persona escucha y entiende, se puede optar. Se medica, se elimina lo que ya dio su mensaje y queda como secuela. Se hace lo que favorece la continuidad de la vida. Aquí los avances de la medicina son esclarecedores. Pero usarlos sin escuchar es destruir sin sentido. Porque el cuerpo seguirá hablando.

 

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