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jueves, 4 de junio de 2020

Nuestra relación con Dios - por Jorge Waxemberg

 

El arte de vivir nos enseña que, si mejoramos nuestra relación con nuestro prójimo, no se trata de ganar algo sino de poder ayudar más. Si mejoramos nuestra relación con la tierra, no es explotarla aún más, sino cooperar con ella. Si buscamos una mejor relación con lo Divino, no es para asegurarnos de que iremos al cielo sino para trascender la noción de ser una entidad separada y opuesta; es tomar conciencia de que existimos en participación y unión con Dios.

Desde un punto de vista espiritual, la relación es un medio y no un fin. Como puede suceder con cualquier medio, si nuestra intención no está clara, podemos perder de vista nuestro objetivo real.

El fin que perseguimos al trabajar en nuestras relaciones determina lo que obtenemos: si tratamos de usar todo lo que nos rodea para nuestro beneficio, todo lo que definimos como "no yo mismo", o si trabajamos para alcanzar el más alto grado de amor. Para que nuestro trabajo para mejorar nuestras relaciones tenga un significado trascendente, nuestra intención, nuestro objetivo, debe ser la unión. Por esta razón, nuestro trabajo en las relaciones debe entenderse como un medio y responder claramente a dos preguntas fundamentales: ¿Por qué trabajamos para armonizar las relaciones? ¿Y para qué trabajamos?

¿Por qué trabajar para armonizar las relaciones? Porque este trabajo nos da los medios para superar la separatividad.

¿Para qué trabajamos? Trabajamos para expandir nuestra conciencia a través de un amor cada vez más profundo; en otras palabras, lograr la unión con Dios.

En el proceso de armonización de nuestras relaciones, avanzamos a través de diferentes grados de participación marcados por dos etapas de relación con los demás y con Dios:

  1. Relación dirigida hacia la supervivencia y la conquista, y
  2. Relación orientada a la participación.


Cuando hablamos de la primera etapa, podemos verla en términos de períodos: competencia, tolerancia y solidaridad.

La larga etapa de la lucha por la supervivencia y el deseo de conquista se basa en la división que hacemos entre lo que creemos que somos y lo que creemos que todo lo demás es: otros seres humanos, la naturaleza, el universo, Dios.

La necesidad de supervivencia nos lleva a competir a cualquier costo, sin considerar las consecuencias, y hace de nuestra relación con Dios una en la que nos esforzamos por asegurar que ganaremos la existencia como una entidad separada en este mundo y en el próximo. Se supone que Dios nos protege en este mundo de catástrofes naturales, enfermedades y enemigos; esperamos que Él nos proteja después de la muerte en el otro mundo también. Dado que, en esta etapa de nuestra relación, tememos la ira y el castigo de Dios, hacemos ofrendas a Dios a cambio de sus favores;

A pesar de que hoy, como seres humanos, hemos desarrollado lo suficiente para poder protegernos y obtener lo que necesitamos para sobrevivir, aún podemos mantener esta actitud competitiva. Pensar en uno mismo como algo separado del todo tiende a llevar a uno a tratar de manipular todo y destruir lo que interfiere con lo que uno desea. Incluso se podría competir inconscientemente con el Dios que se adora. Pero, en esta etapa de desarrollo, sin saber quiénes somos o por qué estamos vivos, nos humillamos y nos postramos ante Dios, pidiendo ayuda y misericordia.

El sufrimiento causado por este aislamiento eventualmente nos enseña a medir el costo de la competencia y a valorar la tolerancia de los demás y la aceptación de la voluntad de Dios.

La tolerancia conduce gradualmente a la solidaridad, el período más hermoso de la primera etapa. Aunque todavía existe división entre nosotros y los demás, la compasión eleva el nivel de la relación. No solo toleramos a los demás, incluso colaboramos con ellos, les ayudamos en sus necesidades y compartimos lo que tenemos con ellos.

La solidaridad también se muestra en el respeto por la tierra y sus recursos, la preocupación por su uso y en el esfuerzo por reparar el daño ya hecho al planeta.

La solidaridad abre las puertas a la participación con todas las almas y con Dios.

En la etapa de participación, sabemos que somos parte de un todo y lo sentimos. Expresamos esto espontáneamente a través de nuestras relaciones. Nuestra respuesta a la necesidad de despliegue es al mismo tiempo una respuesta a lo que se necesita para el avance de toda la humanidad. Nuestro bien personal y el bien de la humanidad se convierten en uno.

Aunque percibimos solo ciertos aspectos del sistema de relaciones al que pertenecemos, el hecho de que participemos implica que tenemos la posibilidad de ser conscientes de todo el sistema. Trabajar en las relaciones hace que este potencial sea una realidad y gradualmente desarrolla nuestra conciencia a medida que avanzamos hacia un estado de unión con Dios.

La conciencia de que estamos participando en la totalidad de la vida es un estado al que llegamos gradualmente a través de un largo proceso que no parece tener un final.

Establecemos relaciones en nuestro esfuerzo por conectarnos con todos los aspectos de la vida, pero a medida que nuestro círculo se expande, las líneas de relación comienzan a fusionarse. Llega un momento en que la relación no es "con" alguien o "con" Dios, sino que todo adquiere realidad dentro de nosotros.

La unión con Dios no puede explicarse; Es un misterio que tiene lugar en la parte más interna del alma. Lo que podemos observar es la simplificación gradual de nuestras relaciones hasta que se integren en una sola relación. Vemos que mejorar las relaciones no significa más complejidad y sofisticación, sino todo lo contrario: conduce a la simplicidad y la transparencia.

Para profundizar nuestra relación con Dios, necesitamos el atrevimiento de renunciar a los apoyos, el coraje de abandonar el refugio de nuestras ideas preestablecidas y la determinación de canalizar nuestros esfuerzos en un método viable que conduzca a nuestro desarrollo.

Trabajar en nuestro sistema de relaciones es un trabajo que pueden realizar todos los seres humanos, ya que las relaciones forman el tejido mismo de la vida. Aprender a relacionarse es lo mismo que aprender el arte de vivir: cuando armonizamos y expandimos nuestro sistema de relaciones, adoptamos la inmensidad del universo. Nuestro amor cubre a todos y todo. Nuestra conciencia se prepara para desvelar el misterio de lo Divino. 

 

Extracto y traducción de The Art of Living in Relationship de Jorge Waxemberg

Jorge Waxemberg ha sido miembro de la comunidad Cafh desde la década de los 50s y fue su director desde 1963. Es autor de numerosos libros espirituales, los que han sido editados en español, inglés y portugués.

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