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martes, 16 de junio de 2020

No tengo que cambiar mi vida... Soy exactamente como soy- Éric Baret

Todo lo que pensamos es justo, en el sentido en que no tenemos elección. Una cucaracha ve el mundo como una cucaracha. Cuando somos infelices, vemos el mundo infeliz. Cuando estamos felices, tranquilos, vemos el mundo feliz, tranquilo. No podemos hacer otra cosa que proyectar nuestro estado afectivo de miseria o de alegría sobre el mundo. Es preciso darse cuenta.

No puedo deshacerme de mis prejuicios. Cada vez me sentiré más en armonía con ciertos gustos, ciertos olores, sensaciones táctiles, opiniones, formas de conceptos que responden a mi educación, mi cultura, mis prejuicios. Todos los prejuicios son equivalentes: es inútil cambiarlos. En un momento dado, me doy cuenta de que estos prejuicios no me limitan. Ya no me identifico con ellos.

Mi estilo de vida no me concierne. No necesito convertirme en Alexandra David-Neel, ir a la India, convertirme en un sacerdote ortodoxo, un sabio o un banquero. Ya no necesito convertirme en nada de nada. La vida me ha hecho banquero, prostituta, sabio, explorador ― lo acepto. Ninguna actividad, ninguna expresión es superior a otra. Es muy importante darse cuenta de esto.

No tengo que cambiar mi vida. Estoy casado: es lo que me conviene. Estoy solo: igual. Cuando mi cuerpo está en plena salud, cuando está enfermo: es lo que necesito. Tengo un hijo malformado: también es lo que necesito. He aquí el primer respeto. Nada es mejor. Hago frente a lo que está ahí. Si hay guerra, guerreamos. Si hay paz, vivimos la paz. No hay porqué tener la más mínima opinión sobre el mundo.

Vidas luminosas o vidas oscuras, comienzo a comprender que, profundamente, todas las vidas son iguales. Quienes las viven no tienen la menor libertad de hacer o no hacer, de realizar o de no realizar lo que parece que les pasa. Cuando he integrado esta evidencia, se produce cierta relajación. Ya no necesito buscarme en periódicos, en libros, a través de la gente que, supuestamente, triunfan o fracasan. Mi vida, mi cuerpo, mi psiquismo son lo que son. Soy rico, pobre: no me concierne. Acepto mi vida. Al instante siguiente, la riqueza puede convertirse en pobreza y la pobreza en riqueza. Se instala cierta plasticidad.

Cuando acepto plenamente el desarrollo de mi vida, lo que me pasa cambia. Mientras siga luchando contra lo que llega, permanezco adherido y nada cambia. Cuando ya no intento modificar mi vida, se produce cierta clarificación, relajación. Comienzo a poderme mirar. Mientras quiero cambiar, no me miro, sólo miro mi proyecto. Cuando ya tengo bastante de ser violento, sólo miro mi odio de esta violencia, mi incomodidad frente a ésta o mi esperanza de dejar de ser violento mañana. Estoy ausente de mí mismo... No. Cuando soy violento, estoy disponible a la violencia que habita en mí, la siento en todo el cuerpo. No tengo la pretensión de ser diferente.

Esta presencia en la emoción constituye el cambio. Es la magia. Está más allá de todos los siddhis posibles.

El cambio se desprende de la visión. No hay visión y cambio: la visión es cambio.

Cuando integro todo esto, la vida se vuelve fácil. Ya no tengo proyecto personal, y esta ausencia de proyección me permite sentir las corrientes de la existencia, los movimientos. En lugar de buscar lo que está bien para mí, lo que tengo que hacer con mi vida, de plantearme la pregunta "¿qué será mejor mañana?" vuelvo a ahora, miro lo que emerge en mi corazón en el instante: hacer karate, boxeo, carreras automovilísticas, ser barrendero, divorciarme, casarme, hacerme musulmán, profundizar en el yoga sexual taoísta... Escucho.

No escucho lo que es mejor para mí: he entendido de una vez por todas que lo que es mejor para mí es lo que sucede, lo que es inevitable. Escucho. En esta escucha descubro si valgo para la danza, la música, el combate cuerpo a cuerpo, el budismo, el hinduismo, para profundizar en el camino vedántico o para leer los Upanishads. Me convierto en una caja de resonancia de lo inevitable... Y finalmente me convierto en un buen marido, un buen asceta, un buen cristiano o un buen nada de nada.

Cuando estoy a la escucha, ya no pido nada a la sociedad. Al contrario, según mis competencias, hago lo que puedo por el entorno. Cumplo mi papel con mis modestos medios. A cada cual según sus capacidades. No soy ni más ni menos. Soy exactamente como soy.

No es una elección, soy lo inevitable

Hay una facilidad de vivir. Mi creatividad podrá expresarse y mis límites, en cuanto no me busque más en cosa alguna, se volverán mágicamente elásticos. Desde luego sigo siendo más músico que alfarero, pintor más que bailarín o soltero más que delincuente sexual, según mi biología.

Sean cuales sean las situaciones que la vida me envía, se revelan favorables. Toda situación me enriquece, es la iniciación que tengo que recibir. Ya sea la enfermedad, la miseria, la riqueza, lo que el vecino interpreta como un fracaso o lo que llama un éxito: todo se convierte en mi vía, lo que es esencial para mí, la enseñanza... Sólo es posible cuando comprendo que no tengo que imitar a nadie, que no tengo que estudiar o convertirme en nada.

Vuelvo a mí mismo, hay claridad, no-necesidad. Naturalmente encontraré la función en la sociedad que es más fácil para mí: es la que me corresponde. Se necesitan policías, banqueros, panaderos, camioneros. No es una elección, soy lo inevitable. Ya no hay sorpresa psicológica; todo no es más que sorpresa.

La mente no puede comprender, y sin embargo es así. Nada es ajeno. Lo que me llega es lo esencial. Cuando se conoce a alguien, esto es lo esencial. No hay azar. Cuando nos topamos con la enfermedad, la dificultad, sea lo que sea: es mi deseo, mi voluntad.

Querer lo que llega, totalmente. Si me molesta lo que se presenta, me doy cuenta de que pretendo saber mejor que dios lo que es justo. Una vez más estoy criticando el plan divino. Me doy cuenta de la extensión de mi orgullo. No puedo dejar de ser orgulloso. Constato este orgullo que todavía habita en mí: la tranquilidad acude. El acontecimiento me vuelve a poner en mi lugar. Es una no-actividad activa. Ello no significa que me convierta en un manojo de puerros. Dejo de querer otra cosa que no sea lo inevitable.

 

Éric Baret

Éric Baret

Sin ningún tipo de título o cultura, Éric Baret no tiene ninguna competencia especial. Conmovido por la tradición de la no-dualidad a través de las enseñanzas de Jean Klein, propone la vuelta a una escucha libre de cualquier noción de ganancia. Nada que aprender, nada que enseñar...

Influenciado por Jean Klein y el Shaivismo de Cachemira, da charlas de advaita vedanta y espiritualidad en Europa y Canadá.

Los libros de Éric Baret tienen, entre otros méritos, el de estimular nuestra lucidez, mortificar nuestra pretensión, dirigir de nuevo la mirada —que siempre tiende a huir hacia las alturas y lejanías— de vuelta a la cruda luz del instante, a la realidad cotidiana, al sentir inmediato, sin dejar al ego tiempo de nombrar y clasificar las experiencias según sus criterios habituales: agradable-desagradable, bien-mal, ganancia-pérdida, éxito-fracaso.

"El impulso de saber y de querer, fruto del miedo, es la raíz de nuestros sufrimientos psicológicos."

"Dejar el mundo libre de nuestras proyecciones constituye el arte supremo expresado por las grandes tradiciones espirituales."

Éric Baret

 

 

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