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sábado, 2 de enero de 2021

Cultive la gracia - Donna-Eden

 

Las enseñanzas de todas las tradiciones espirituales nos permiten vislumbrar el poder y la compasión de Dios y la dimensión de los milagros. Las verdades universales pueden ayudarle a contemplar la vida como un río eterno y un poder infinito.

Cuando tratamos de tocar la energía de lo Divino, ascendemos simbólicamente a la cima de una montaña, como Abraham cuando llevó a Isaac a la cima del monte Moriah, Moisés en el monte Sinaí, o Jesús durante su Transfiguración en el monte Tabor. El significado simbólico de ascender por una montaña es el de emprender un viaje con el fin de contemplar un mundo mayor que nosotros, ver más allá de lo que nunca antes hemos visto. Al llegar a la cima de la montaña, preguntamos: «¿Puedo recibir la plena magnitud del poder que llevo dentro? ¿Podré conservar la intensidad de mi concentración y mi visión de la curación una vez que haya abandonado la cima de la montaña, desde la que distingo el paisaje del alma y la eternidad?»

El espíritu necesita alimento para regenerarse, al igual que la mente y el cuerpo. Reúna el valor necesario para actuar inspirándose con las historias de sabiduría de quienes modificaron sus vidas para siempre por medio de la acción, penetrando sin miedo en la noche oscura del alma. Deléitese con la sabiduría de las tradiciones que no le son familiares: lea las leyendas del hasidismo o explore la cabala; entreténgase con las parábolas sufí o la poesía de Rumi; estudie los sermones de Buda o las sencillas enseñanzas de Thich Nhat Hahn; examine los escritos de místicos, desde los Padres Cristianos del Desierto hasta los textos de Upanisad, muchos de los cuales están disponibles.

Estas historias no siempre tienen un sentido lógico; es más, probablemente son más eficaces debido a ello, porque poseen una belleza y un poder interior que trasciende el pensamiento racional.

A medida que usted asimila verdades e historias que alimentan el espíritu, sentirá que en su interior se libera una energía. Es una energía que resuena con la verdad universal y le guiará hacia la unidad con su mundo. Esta energía sólo puede llamarse «gracia». Es una fuerza vibratoria de tal potencia que es capaz de, en un instante, arrancarle de sus presentes circunstancias. Le transmitirá la percepción de que no existe nada que usted no sea capaz de afrontar y que todo se resolverá favorablemente, al margen de resultados particulares. El Yehudi, un rabino hasídico que murió en el siglo XIX, relató la historia de un ladrón que al hacerse viejo y no poder seguir practicando su «profesión» se moría de hambre. Un hombre rico supo de sus cuitas y le envió comida. Tanto el hombre rico como el ladrón fallecieron el mismo día. En la corte celestial juzgaron en primer lugar al hombre rico, quien fue considerado culpable de numerosas faltas y enviado al purgatorio. Pero cuando se disponía a entrar en él, apareció un ángel y le llevó de nuevo ante el tribunal, el cual informó al hombre rico que su sentencia había sido revisada. El ladrón a quien él había ayudado en la Tierra había robado la lista de sus pecados.

Por supuesto, la gracia no siempre es una fuerza obvia. Se presenta de muchas formas, algunas sutiles y mundanas, otras poderosas y transfiguradoras. En ocasiones la gracia se manifiesta como sincronía: su energía une a la gente o a los acontecimientos de una forma tranquilizadora, eficaz o espectacular cuando más se necesita y menos se espera. En otras, la gracia es la energía que de pronto nos ilumina, dotándonos de comprensión y permitiendo que vislumbremos lo que antes no habíamos percibido. La gracia también puede transportarnos a un estado de conciencia alterada en la que nos sentimos llenos de una insólita energía: una combinación indescriptible de amor, esperanza y valor. La gracia, que también es protectora, puede convertirse en un escudo que nos rodea en ciertas situaciones peligrosas: nos permite sobrevivir a un accidente de carretera en el que pudimos habernos matado; nos conmina a regresar apresuradamente a casa para descubrir que nos habíamos dejado la estufa encendida; nos hace encontrarnos con un «extraño» que nos ofrece ayuda en el momento que más la necesitamos. La gracia no opera según las leyes del tiempo lineal; por este motivo una enfermedad o una crisis vital que llevaría años curar o resolver sana en un tiempo extraordinariamente breve.

Si cree usted que los milagros no les ocurren a las personas comunes y corrientes, o que estas historias son exageradas, permita que le relate un caso que me ocurrió a mí. Satya Sai Baba fue un santo viviente de la India que, según dicen, era capaz, entre muchas otras cosas, de hacer que se materialicen objetos, desde cenizas sagradas hasta piedras preciosas, de forma inesperada y misteriosa. Esta facultad se conoce con el término sánscrito de vibkuti, que significa «revelación» o «poder». Hace unos años, en Findhorn, comprobé que me costaba mantener el equilibrio. La situación empeoró hasta el extremo de que, un día, desesperada, recé antes de acostarme una oración a Sai Baba: «Necesito vibhuti, urgentemente. Tengo un problema grave.» A la mañana siguiente, recibí un paquete de una persona en Copenhague a la que había conocido hacía cinco años y de quien no había vuelto a tener noticias; el paquete contenía un tubito lleno de cenizas, con una etiqueta que decía: «De Satya Sai Baba.» Dado que el correo desde Dinamarca hasta Escocia suele tardar varios días, la respuesta a mi oración debía estar de camino antes de que yo pronunciara la oración. Yo no sabía qué hacer con las cenizas, de modo que saqué una pizca y, como soy ex católica, me la apliqué en la frente. Al cabo de unas horas de haber recibido el vibhuti, recuperé el equilibrio y no he vuelto a tener ese problema.

A menudo la gente me pregunta si creo que la gracia puede salvar la vida de una persona. Es imposible demostrarlo, pero yo he llegado a convencerme de ello debido a los numerosos relatos de personas que han presenciado la intervención de la energía divina en sus vidas. Uno de esos relatos se refiere a un hombre llamado Steven. Había contraído un caso agudo de urticaria interna y externa debido a una medicación que había usado sin saber que era alérgico. La urticaria comenzó como una pequeña irritación cutánea y se extendió por todo su cuerpo. Al cabo de unos días, Steven sospechó que era alérgico a algún producto, pero no se le ocurrió pensar que fuera la medicación. Revisó la comida, el jabón que utilizaba y los tejidos de sus prendas. Mientras la urticaria seguía extendiéndose por su cuerpo, Steven desarrolló otros síntomas. Cada noche le subía la fiebre y, durante el día, se sentía muy débil. Estaba hinchado, debido a la retención de líquidos. Unos días más tarde la fiebre persistía y Steven se sentía tan postrado que no podía caminar. Los pies se le hincharon hasta el punto de no poder calzarse.

Una mañana, durante la fase más aguda de su dolencia, Steven oyó una voz que le despertó y le dijo que acudiera al hospital porque se moría. Luego la voz le dijo que respirara lenta y profundamente, llenándose los pulmones de aire. Steven visualizó la imagen de un maestro de yoga dirigiéndole durante un ejercicio. Steven era cristiano, y aunque sabía lo que era el yoga, nunca había aprendido ni practicado esa disciplina. Llamó a un amigo y le pidió que lo llevara al hospital de inmediato. Durante el camino, Steven siguió respirando como le había ordenado la voz y cada vez que cerraba los ojos visualizaba al maestro de yoga.

Steven llegó al hospital semiconsciente. Lo trasladaron a la sala de urgencias, donde le administraron una inyección de esteroides. El médico le dijo que había contraído un caso casi terminal de urticaria interna y externa, y que todos los órganos de su cuerpo y la piel estaban hinchados. También le informó que, si no hubiera acudido al hospital, a las pocas horas probablemente habría muerto.

—Yo nunca me había interesado por el yoga, ni por ninguna enseñanza o práctica de la tradición hindú —me explicó Steven posteriormente—. Yo creía que el yoga era un ejercicio físico, no una práctica espiritual. Y jamás pensé que la respiración fuera otra cosa que un medio para mantenernos vivos. Ahora practico el yoga de forma regular, aunque ya no veo al maestro cuando cierro los ojos. Tengo un maestro «normal», pero todos los días me pregunto:

«¿Por qué vi a un yogi? Yo ni siquiera creía en esa tradición. ¿Cómo es posible ? Jamás olvidaré esa experiencia. Cambió mi vida, más que esto, me la salvó.»

Comprendo que muchas personas se muestren un tanto escépticas ante historias como la de Steven; durante un tiempo ni yo misma las creía. Pero me han ocurrido tantas cosas inexplicables, que mi escepticismo se ha desvanecido.

La gracia también puede considerarse como una energía que nos envuelve como una suave manta cuando necesitamos consuelo, y nos infunde la sensación de que sean cuales fueren los obstáculos que nos rodean, éstos desaparecerán en el momento preciso. La gracia es una fuerza irrazonable; no tiene en cuenta lo que nosotros consideramos dificultades. Tiene el poder de transportarnos más allá de nuestras facultades y ofrecernos apoyo en el momento en que lo precisamos. Cuando se produzcan esos momentos, pregúntese, mientras da gracias por lo que ha recibido, si el poder que propicia la aparición de las personas idóneas o las fuerzas idóneas es la energía de la gracia. Yo creo que sí.

Cada situación en su vida ha sido creada con la energía de la gracia. Preste atención, no sólo a los momentos extraordinarios sino también a los ordinarios, y reconozca que detrás de esos acontecimientos se encuentra la energía divina. A menudo nos resulta tan difícil tener fe en lo que experimentamos como creer en una fuerza invisible.

 

Del libro Medicina-Energética de Donna-Eden    

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