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domingo, 3 de enero de 2021

"La belleza de la vida está en el instante - por Éric Baret"

 Este artículo, no es para todos...cada quien discierna y suelte si así lo siente

La espiritualidad es un concepto. Lo que la gente proyecta en la pretendida espiritualidad, a los seis años lo proyectaba en su equipo de boy scouts, a los diez en su equipo de fútbol, a los veinte en la política y a los treinta en el matrimonio... Esta carencia que hemos intentado colmar con una muñeca, un tren eléctrico, una buena nota en la escuela, una carrera, un hijo, a continuación, la proyectamos en la espiritualidad. Es el popurrí de todos nuestros miedos. Cada cual, según la forma de sus ansiedades, se encuentra atraído por cierto tipo de espiritualidad. Cuando está presente, se tiene que respetar; pero no es más que miedo.

La auténtica espiritualidad es un agradecimiento.

El Maestro Eckhart establece una diferencia entre la auténtica oración, oración del corazón, celebración de lo divino, y la oración que proviene de la carencia, que intenta demandar algo.

La auténtica oración es agradecimiento. La auténtica espiritualidad es una disponibilidad de cada instante. Cuando el cáncer, la enfermedad, el nacimiento, la violencia, la emoción vienen, estar disponible: ahí se encuentra la profundidad.

Los boy scouts, la política, la espiritualidad, un hijo, el equipo de rugby tienen su lugar, de otro modo no existirían. Querer liberarse de todos los problemas para volverse espiritual, para volverse realizado, también. Estas reglas, estas referencias, estos saberes surgen del miedo. Llega un momento en el que ya no necesitas buscarte en las diferentes corrientes de la vida. Eres tú quien ilumina la espiritualidad, y no al revés. Es tu claridad la que te hace comprender profundamente lo que es la política, la paternidad, la violencia, la enfermedad, el budismo, el islam. Tu claridad lo ilumina todo.

Esa claridad es la verdadera espiritualidad, pero en ella ya no hay palabra, ya no hay dirección, saber, escuela, línea, enseñanza y, sobre todo, ya no hay persona espiritual. Sólo queda una no-separación.

Comprender que no hay nada que comprender, nada que adquirir. No necesito inventar herramientas para hacer frente a la vida, crear medios de defensa o de apropiación para hacer frente a las situaciones.

Mirar honestamente lo que está aquí, lo que despierta en mí el miedo, la ansiedad, la pretensión, la defensa. Claramente, aceptar mis pretensiones, mis límites. Estos límites reflejarán el no-límite.

Es preciso vivir la mediocridad: revela lo último en nosotros.

Cuando rechazo la mediocridad, cuando imagino algo superior o inferior, cosas espirituales que deberían liberarme de la vida cotidiana, estoy en una ficción. Es una forma de psicosis.

Funcionar diariamente: comer, dormir, amar, ver, sentir, mirar. Dejar que todas las emociones vivan en nosotros. Nada que defender, que afirmar, que saber. No necesito nada para presentir lo que es primordial. Es inútil cambiar cosa alguna en mí.

Algunos descubrimientos se tienen que hacer y olvidar en el instante. Para la persona es terrible, porque el ego necesita apropiarse de cualificaciones: ser espiritual, meditar, liberarse.

Referirse a un no-saber es sagrado. La espiritualidad que aprendemos, que estudiamos, no tiene ningún carácter sagrado. Es una miserable escenificación para personas que tienen miedo a vivir. La espiritualidad surgida de lo sagrado es no pensada, no organizada, no elaborada, no utilizada. Esta espiritualidad es lo sagrado.

La espiritualidad no es un refugio, un medio, una muleta. No está para compensar el fracaso de la vida. Es un dinamismo, el presentimiento de que los acontecimientos de la vida tienen un sentido más allá del pensamiento. La espiritualidad es este presentimiento de la humildad, de un total no-saber. Cuando me despierto a esta no-comprensión de la vida, cuando dejo de pretender explicar lo que me pasa, necesitar esto o pensar que aquello no debería haberse producido, hay humildad. Se acabó la pretensión de saber lo que es o no es justo para mí y para el mundo. Se produce una escucha. Esta escucha es lo sagrado, la espiritualidad misma.

Todo saber espiritual es una caricatura. Toda enseñanza y codificación espirituales son actos de ciegos guiando a ciegos. El saber procede del pensamiento, de la memoria. ¿Qué puede haber de sagrado en ello?

Lo que es sagrado es el sentir, la disponibilidad para la belleza, para la vida. Ello se actualiza en todos los ámbitos, pero nunca se puede actualizar formalmente.

Cuando te enamoras, no lo sabes. Hay una efervescencia. El día que te dices estoy enamorado, se acabó, has abandonado la autenticidad, has creado una situación. Cuando estás realmente enamorado, cuando amas profundamente a alguien, lo ignoras. Cuando te dices amo a alguien, te estás contando una historia. La belleza no es conceptualizable. La alegría no se puede degustar.

Cuando estás en la ópera, hay momentos de no-saber, de puro gozo. Pero si intentas degustar la emoción, ello provoca una forma de conflicto.

No hay nada que degustar.

La espiritualidad que da seguridad sólo tiene valor a nivel psiquiátrico. La espiritualidad que sabe lo que es preciso hacer, o qué no hacer, qué es justo o injusto, moral o no, participa de los parapetos dispuestos por la sociedad. Puede tener un valor a nivel jurídico, pero no conlleva nada sagrado. Es una ideología.

Las ideologías proceden del miedo. Sin miedo no hay necesidad de ser nada, de identificarme con esto o aquello. Es el miedo lo que me inventa. Creerse francés, blanco, negro, judío, rico, pobre, budista, hindú, cristiano, ateo: todo proviene del miedo. En un movimiento de no-miedo, no reivindico nada de nada. Esta no-reivindicación abre a la disponibilidad. Todo lo que se me aparece se convierte en cercano, fácil, profundamente yo mismo. No encuentro más que a mí mismo. No hay nada extraño.

Si algo me resulta extraño, ello significa que estoy en un cuento, una pretensión de ser alguien. ¿Puedo hacer un gesto sin pretender algo? ¿Puedo mirar un árbol sin saber, sin intentar encontrarme en mi saber sobre el árbol? Esta observación, este cuestionamiento es espiritual. ¿Puedo no esperar nada un instante? ¿Estar completamente presente? Entonces no hay ninguna codificación posible; no me puedo poner esta disponibilidad en el bolsillo y pretender: Estoy disponible.

Pero intentar encontrarse en el cristianismo, el budismo, el hinduismo o el islam; tener la necesidad de poseer un marido, hijos, un amante; necesidad de identificarse con un país, una nacionalidad, un color, una raza, un equipo de fútbol, unos gustos literarios, cinematográficos, etc.: esta espiritualidad está relacionada con la patología. Si la gente no defiende estas imágenes piensa que no tiene nada. Está preparada para luchar para conservarlas... Ello está enteramente justificado, pero no nos concierne aquí.

Todas las religiones, las razas, las etnias, los saberes, las nacionalidades no son más que inventos del miedo; que la cultura, el mundo, la sociedad son otros tantos inventos para no ver en profundidad.

Hasta que no se llega a esta convicción, es justificado creerse francés, budista o casado: sin estas creencias todavía se necesitarían más clínicas psiquiátricas. En un momento dado, ya no necesitas apropiarte de lo que sea; prosigues con tu funcionamiento exterior, pero ya no te adhieres a estos sistemas de defensa codificados en seudo-saberes. La belleza de la vida está en el instante. No puede limitarse a un marco. En el instante estoy libre de todo marco. En apariencia sigues siendo esto o lo otro, pero profundamente ya no te sientes limitado. Esta espiritualidad no tiene forma ni nombre.

Éric Baret.

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