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viernes, 1 de enero de 2021

Silencio - Adyashanti

El verdadero silencio tiene mucho que ver con nuestro estado de conciencia. Creo que todos estamos familiarizados con el silencio fabricado (así lo llamo yo), que es un silencio muerto. Si has estado en grupos de meditación, probablemente habrás experimentado el silencio fabricado. Es el silencio que resulta de la manipulación de la mente. Es un silencio falso, pues está fabricado, controlado. El verdadero silencio no tiene nada que ver con ningún control o manipulación de tu experiencia o de ti mismo. Así que olvídate de controlar la mente.

Lo que nos rodea es una conciencia grosera. Esta conciencia es pesada, espesa y densa. Cuando enciendes la televisión, la mayoría de las veces te encuentras con conciencia grosera. Casi todas las películas reflejan una conciencia grosera. Grosera significa dormida, en el estado de sueño.

Desde este estado grosero de conciencia, el silencio es percibido como un objeto. Aparentemente, la quietud es algo que te sucede. Pero ése no es el verdadero silencio. El silencio genuino es tu verdadera naturaleza. Decir «estoy en silencio» es, de hecho, bastante ridículo. Si lo piensas, no se trata de estar en silencio, sino de ser silencio. La diferencia conceptual entre las experiencias de «estoy en silencio» y «soy silencio» tal vez sea pequeña, pero es la diferencia que existe, precisamente, entre la libertad y las ataduras, entre el cielo y el infierno.

Deja de pensar en el silencio como ausencia de ruido (mental, emocional o externo a ti). Mientras sigas viendo el silencio como algo objetivo, algo que no está en ti pero que es accesible a través de una experiencia emocional, seguirás persiguiendo la proyección de tu idea. Si buscas el silencio es como si fueras montado en una moto acuática por un lago buscando un lugar silencioso y haciendo «brooom, brooom» al mismo tiempo, corriendo cada vez más como consecuencia de la ansiedad que te genera el no poder alcanzar ese lugar. No importa el tiempo que pases recorriendo el lago con la moto, pues nunca encontrarás este silencio. En realidad, no tendrías más que dar marcha atrás y apagar el motor, y lo conseguirías. Todo estaría tranquilo, muy silencioso. Cuando vuelvas a estar receptivo y relajado, regresarás a tu estado natural. A un estado natural de silencio.

Hace muchos años tuve la gran suerte de descubrir esta maravilla. El origen de este descubrimiento no fue la inteligencia, sino un estrepitoso fracaso. Los estudiantes de zen meditan mucho concentrándose en la respiración. Aparentemente están muy concentrados, pero generalmente, cuando crees que estás concentrado en la respiración, te das cuenta de que estás persiguiendo alguna de las historias de la mente. Es como si estuvieras tratando de disciplinar a un perro que quisiera dejarse entrenar. Algunas personas son aparentemente buenas en esta práctica. Mantienen la atención, se quedan ahí y permanecen tranquilas. Yo nunca tuve la capacidad de concentrar la mente de este modo, así que se puede decir que no era muy bueno en esto. Tras fracasar completamente una y otra vez, oí a mi maestro decir: «Tenéis que encontrar vuestro propio camino». En vez de centrar la atención en un punto muy pequeño, descubrí que mi camino consistía en permanecer presente, sin más, y eso me abría por completo. Se parece más a la escucha que a la concentración.

En esa escucha descubrí un estado muy natural, el único estado al que no se llega por voluntad propia. Desde ese estado, parecido a la escucha, empecé a ver que cualquier esfuerzo por conseguirlo generaba otro estado. En cuanto realizaba un esfuerzo aparecía un estado, que se fabricaba desde la nada. Podía fabricar estados hermosos, terribles, concentrados, todo tipo de estados; pero sólo había un estado completamente natural y absolutamente exento de esfuerzos. En ese estado descubrí el acceso al Ser más profundo, que es la libertad.

 Por su naturaleza, este estado conlleva una ausencia de esfuerzo. No puede ser nada que necesite mantenimiento. Una mente tranquila conseguida a base de concentración acaba siendo una mente apagada, no una mente libre. Aunque parezca tranquila y buena, porque es serena, no será una mente libre, y en tu ser tampoco te sentirás libre. Esta es la paz que consigues cuando aprendes a meditar mediante la concentración y le dices a tu maestro «sí, he encontrado la paz, pero cuando dejo de meditar todo se va al traste en un instante». Esto le indica al maestro, con exactitud, qué tipo de meditación estás haciendo: estás controlando la experiencia. Cuando te levantas para proseguir con tu día y te ves obligado a prestar atención a otras cosas, no puedes estar atento a tu concentración, así que tu paz mental desaparece, pues era una paz fabricada.

En la búsqueda espiritual, el cincuenta por ciento de la práctica persigue conducirte al silencio instantáneamente. Cuando te preguntas « ¿quién soy?», si eres honesto verás que esta pregunta te conduce instantáneamente  al silencio. El cerebro no tiene la respuesta, así que de repente se hace el silencio. La pregunta debe llevarte a ese estado de silencio que no es fabricado, en el que fracasan tanto el pensamiento como la búsqueda de la experiencia emocional adecuada. Si preguntas « ¿quién soy?» o « ¿cuál es la verdad?», verás que estas cuestiones te conducen instantáneamente al silencio. Si te resistes a él, y la mayoría de la gente lo hace, en cuanto regresas a ese estado de silencio la mente se pone a dar brincos por todas partes buscando algo más, una respuesta conceptual o una imagen; es el mismo efecto que se crea cuando caen unas gotas de agua sobre una sartén con aceite caliente.

El silencio natural, espontáneo e incontrolado, es un silencio sincero: rico y vasto. El silencio controlado está entumecido y es estrecho. Cuando el silencio es incontrolado te sientes muy abierto, te vuelves receptivo y la mente deja de imponerse. Se produce un regreso natural a tu verdadera naturaleza. Esta naturaleza no está en silencio: es el silencio. También podríamos llamarla nada.

Mientras sigas pensando que el silencio es lo opuesto al ruido, no alcanzarás el verdadero silencio. Cuando estás en silencio real, te das cuenta de que el sonido de una taladradora también es el silencio, que sólo está asumiendo otra forma. El verdadero silencio es totalmente inclusivo. Va más allá de la idea dualista del silencio. Cuando nos quedamos en silencio nos damos cuenta de que éste no es ajeno al gesto ni al movimiento. Cuando terminas de meditar, si te levantas y te pones en movimiento para proseguir con tu día pensando « ¿por qué no puedo mantener esta increíble calma?», habrás experimentado la calma controlada, en vez del silencio natural, incontrolado. Si te relajas de nuevo en el verdadero silencio, cuando tu cuerpo se levante para moverse, el propio silencio será quien se mueva.

Cuando te des la oportunidad de regresar a tu verdadera naturaleza no le pedirás nada en particular a esa tranquilidad. Cuando estamos tranquilos generalmente esperamos algo, y eso nos deja en la periferia, pues en vez de relajarnos, nos esforzamos por mantenernos a flote. Cuando no esperamos nada, se produce un hundimiento natural, una profundización en la fuente de tu ser. La tranquilidad es enorme y entonces, y sólo entonces, empiezas a sentir la presencia. Esta calma conlleva una presencia muy palpable. Por eso digo que no es una calma muerta. Sentirás que está llena de vida. Esa presencia está dentro y fuera de tu cuerpo. Lo inunda todo. Cuando la buscas, buscas una presencia grosera, una presencia pesada que pueda golpearte en la cabeza. Pero no sucederá nada así. El verdadero silencio es un brillo. Te sientes brillante. Se produce una iluminación, y tienes la profunda sensación de estar vivo.

Cuando te quedas en silencio te relajas en el momento, en tu verdadera naturaleza. De esta forma, te das cuenta de que no puedes evitar ninguna parte de tu experiencia. Si buscas el silencio para evitar alguna sensación, entonces no experimentarás el verdadero silencio. La desnudez del silencio, o presencia, te desarma de tal forma que no puedes evitar ninguna experiencia ni ningún acontecimiento, nada. Un silencio entumecido tal vez te evite alguna cosa, pero la quietud del silencio verdadero no te permitirá evitar ninguna parte de la experiencia. Ya está aquí, esperando.

Este regreso a nuestra verdadera naturaleza ha sido retratado en muchas historias o mitos espirituales como un campo de batalla, como si una parte de ti no quisiera volver a ser ella misma. Esta parte recibe el nombre de ego, yo o mente. Debido a estos mitos, la gente espiritual tal vez crea que una parte de su interior no desea despertar y que, por tanto, la lucha es necesaria. Cuando alcances un silencio verdadero te darás cuenta de que eso es una auténtica tontería. Verás que el pensamiento surge en la mente desde el vacío, y que sólo generará una batalla si lo tomas como realidad. Sin embargo, verás claramente que el pensamiento no es real; es tan sólo una aparición espontánea de pensamiento. A no ser que te lo creas y lo traslades a la historia de lucha protagonizada por el heroico buscador espiritual, el pensamiento no será real. En cuanto te impliques en la lucha del buscador, la guerra estará perdida.

El silencio te dejará ver que los lugares a los que se mueve la mente no son más que movimientos del pensamiento, sin ninguna realidad, y sólo se harán reales si te los crees. Los pensamientos se limitan a moverse por la conciencia. No tienen ningún poder. No implican ninguna realidad, hasta que vas a por ella, la tomas y, de algún modo, la fecundas con el poder de la creencia.

El silencio sólo se puede penetrar si se siguen sus normas. No puedes llegar a él con algo, sólo sin nada. No puedes ser alguien, sólo nadie. Entonces la entrada será fácil. Pero esta nada, en realidad, es el precio más alto. Es nuestra pertenencia más sagrada. Entregaremos nuestras ideas, nuestras creencias, nuestro corazón, nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma. Lo último que entregamos es la nada. Nos aferramos a nuestra nada porque es nuestra pertenencia más sagrada, y esto lo sabemos en algún lugar de nuestro interior. La nada es lo único que penetra en el silencio; es lo único que puede entrar en él. El resto de lo que somos se limita a seguir llamando a una puerta inexistente. 

En cuanto esperas algo del silencio, te sales otra vez de él.

El silencio sólo se revela a sí mismo. Sólo nos abrirá su secreto si lo penetramos siendo nada y permanecemos así en él. Su secreto está en sí mismo. Por eso hablo así. Cualquier libro, enseñanza o maestro te conducirá sólo hasta  la puerta y tal vez te anime a entrar. Una vez allí, surgirá algo espontáneamente y querrá entrar sin ser nadie. Es la invitación sagrada. En el interior descubrirás que el silencio es el maestro supremo, el último, la última lección, la máxima. Es el único maestro que no te hablará. El silencio es el único maestro, y la única enseñanza, que consigue que nuestra humanidad quede arrodillada ante él permanentemente. Con cualquier otra enseñanza o maestro descubrimos que podemos levantarnos. Pensamos «oh, oí que Adya decía bla bla bla, y suena bien» y, de repente, nos levantamos del suelo, de la entrega. Nos alejamos de nuestra humildad más bella y sagrada.

El silencio es el maestro supremo, y el mejor, pues nos invita a hacer lo que nuestro corazón humano realmente desea: arrodillarse, permanecer eternamente en esa devoción a la Verdad. El silencio es el único maestro y la única enseñanza que siempre está ahí. En cada minuto de tu despertar, en cada minuto de tu vida, en cada minuto de tu respirar: está ahí mismo.

 

 Tomado del libro “La Danza del Vacío”, de Adyashanti

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