DONACIÓN AMOROSA

 

DONACIÓN AMOROSA

 

INFINITAS GRACIAS!!

GRACIASSSS...Por todo vuestro amoroso apoyo tanto presencial como financiero, los que han podido, a través de tantos años. Porque ayuda el que dona dinero...pero ayuda inconmensurablemente quien expande su amor y su Presencia en el Infinito Campo de Conciencia en el que estamos entrelazados♥

Buscar en este blog

viernes, 1 de enero de 2021

El poder sanador que tienen las palabras - Virginia Bonard

Es notable. Cada palabra que pronunciamos indica, sugiere, traslada, es siempre un escalón más hacia arriba o hacia abajo. Y a la vez, cada silencio que producimos indica, sugiere, traslada, es siempre un escalón hacia arriba o hacia abajo. Las palabras modifican, dan sentido, aclaran (u oscurecen), nos definen o nos desdibujan.

¿Cómo llegan las palabras que emitimos y qué efecto tienen en nuestras propias vidas?

Les voy a contar lo que me pasó a mí. En una etapa de mi vida en la que me encontraba atravesando una enfermedad, mi médica me recomendó que escribiera lo que sentía, aprovechando esta “tendencia” a la escritura que me acompaña desde que tengo memoria. Lo hice. Los retazos de textos que recuperé de aquellos tiempos son dolor puro y duro, sintácticamente organizados y plenos de metáforas que transformaron lágrimas en palabras que hicieron mucho bien. Casi buscando un conjuro revitalizante, recuerdo haber escrito con la firme intención de espantar fantasmas que solo existían para mí. Y así brotaron tanto poemas como cuentos cortos, inspiraciones imprevistas, o simplemente casuales microrrelatos.

Comprobé claramente que de los abismos vitales más profundos surgen los mejores textos. Estaba involucrada desde las vísceras y conté con la ausencia de filtro en mis dedos sobre el teclado: había que sanar y el reloj de arena había girado.

También ante la muerte siempre inesperada, la escritura aparece en muchos como una alternativa de escape, un pedacito de horizonte: “El hecho concreto de escribir sería apenas un intento de exorcizar un dolor real, absoluto —indica en diálogo con Sophia el escritor argentino Abel Posse, quien se atrevió a narrar la muerte de su hijo—. Lo indispensable es comprender que ese hecho que nos arranca un ser vivo, querido, entrañable, como el caso de la muerte de un hijo, no debe comprenderse como una agresión de las divinidades o del destino. Es algo que pasa, que es y que está allí. Entonces sí que es útil para esto una visión de la realidad. Es un simple hecho de la realidad y es absolutamente comprensible culturalmente decirnos: siempre le pasa al otro, esta vez el golpazo insoportable ‘me tocó a mí’”.

Ante las dificultades y los dolores de la vida, ¿las palabras sanan?

“El martillo puede ser una herramienta muy útil. O un arma letal. Depende del modo en que lo usemos. Con la palabra sucede algo similar. La palabra tiene la capacidad de curar, aliviar, restablecer. El psicoanálisis, por ejemplo, propone, a través de la palabra, un camino de mejora, superación, alivio. El asunto es que la palabra también puede herir, ofender, lisiar. La palabra puede ser una caricia. O un puñal. También, el silencio”, reflexiona la escritora argentina Paula Margules.

En este desgranar ideas, dice Posse, vamos buscando respuestas e indagando en la intelectualidad: “Yo, siendo escritor no creí que escribir o psicoanalizarse podría abreviar o calmar el dolor. Mi libro lo escribí veinte años después de la muerte de mi hijo. Sentí que mi experiencia podría ayudar para responder al impacto desde la comprensión filosófica y del destino cósmico de todo. Estamos mal preparados ante el rigor de la existencia”.

Las palabras difíciles

Desde que conocí Cuando muere el hijo, la obra de Posse que trajo hasta esta conversación con él, hubo siempre para mí un gran interrogante: si el autor se basó en la muerte de su propio hijo, ¿por qué tomó distancia desde las palabras cuando lo tituló? Él mismo me develó la incógnita: “Yo escribí recordando el infierno para que los otros tengan que soportarlo. El ‘cuando muere el hijo’ implica la posibilidad de algo real. La muerte de mi hijo sería una exclusividad ajena a la sinrazón del misterio del mundo y de sus habitantes (nuestro contrato de vida no tiene cláusula de duración). El ‘cuando muere’ invita a aceptar un poco lo que en general es inaceptable y origina el dolor. Ayuda la teología, porque solo lo religioso acepta el misterio. ‘Soportar es todo’, escribió Rilke. Y para soportar hay que comprender que no hay culpa de los dioses ni de nosotros, los padres”, respondió Posse.

Frente al binomio literatura-salud (esa ventanita ante la oscuridad), Margules se para ante la primera palabra, la que nos define, la que nos va identificar durante toda la vida: “Lo primero que recibimos al nacer es el nombre. Con el nombre llegan nuestras tradiciones, nuestra cultura. Y el idioma. En el nombre anida el prestigio. O el menoscabo. Habitamos nuestro nombre; vivimos en nuestro nombre; crecemos en nuestro nombre. Y morimos en él. Después, el nombre es recuerdo. La palabra —el idioma— es nuestro cimiento más básico. Podemos beber el lenguaje a cuentagotas. O a borbotones. Decidimos limitar nuestra expresión a un puñadito de términos. O gozamos la riqueza de nuestro idioma, patrimonio que nos pertenece. Y estamos en condición de celebrar, precisamente, porque al nacer fuimos arrojados a un nombre”.

Margules continúa, va más allá e introduce lo simbólico: “Palabras y hechos son parte del mismo cuerpo. Si la palabra no representa el acto que menciona, queda vacía de sentido, se reduce a hojarasca, a estopa para rellenar almohadones. Expresamos nuestros sentimientos con palabras. Razonamos con palabras. Donde no hay palabra, no hay pensamiento: la acción reemplaza al verbo y surge la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones. La palabra nos adueña de los conflictos. En esa conquista, evitamos que el caos se apodere de nosotros. Y restauramos el (des)orden –sed de orden–, en un nuevo orden”.

Un ejercicio sanador

El silencio ocupa espacio, divide personas, multiplica interrogantes. Al escribir usamos algunos recursos para que le quede claro al futuro lector que allí hay un silencio: tres puntos, tres puntitos entre paréntesis o, simplemente, si se trata de una obra teatral, la palabra “silencio”.

Posse emergió de su dolor-silencio con esta convicción: “Sentí inmediatamente que tenía la posibilidad a ayudar porque en mi infierno había encontrado un camino de alivio. Recibí muchas cartas y mantuve muchos diálogos y sentí que lo mío podía ayudar. Tuve algunas experiencias muy intensas de esto, al punto que estoy avanzando en una reflexión tendiente a ‘no darle tanto espacio’ a esa muerte prepotente que nos quitó y encima trata de anonadarnos…”. La sutileza fue llevando a este autor a compartir con formato de libro su propia experiencia de dolor y su camino de luz.

Me quedo para el final con una letanía preciosa de Margules que me confirma que no erré al ir por ella y plantearle “cuestiones de palabras”, estas dicotomías que si no escarbamos un poquito, no afloran, pero están, ¿eh?  

“La palabra crea puentes. O los derriba. Y forja abismos.
La palabra es un espejo que refleja ideas, convicciones, sentimientos. O los deforma.
La palabra compone la existencia diaria: consolida un presente más templado, más avenido, más vital.
O tritura cualquier posibilidad de entendimiento. La palabra concibe armonía. O ruina.
La palabra fortalece la conciencia que tenemos de nosotros mismos. O la debilita.
La palabra hace visibles nuestros deseos. Ante nosotros. Y frente a los demás.
La palabra ratifica nuestra conciencia del mundo.
La palabra aclara, reafirma, nuestra percepción del dolor, del placer, del caos. Y de la serenidad.
La palabra conjura miedos. O los provoca.
La palabra ensancha caudales. O los mezquina.
La palabra ayuda a que el tiempo madure los sueños. O deja que se pudran.
La palabra consagra nuestra intención más sincera. O la oculta. A veces, hasta la negación.
La palabra puede ser blindaje. O amparo.
La palabra nos define. O nos relega a la ambigüedad.
La palabra puede ser universo. O jaula.
La palabra puede sanar. O herir.
La palabra puede encender. O sofocar.
La palabra puede ser sutil como el vapor. O un cascote en la cabeza.
La palabra puede confinarnos a la intemperie. O puede crearnos un nuevo Paraíso.
Las palabras. Y el silencio. Recurso valioso que nos fue dado.
Palabras y silencios. Materiales con los que andamos por la vida, en busca de felicidad, y ojalá, sin renunciar a la alegría”.

https://www.sophiaonline.com.ar/el-poder-sanador-que-tienen-las-palabras/

No hay comentarios.:

Publicar un comentario