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sábado, 9 de octubre de 2021

ERES DIOS PARA TU MUNDO - Dora Gil

 

"Muchos de nosotros anhelamos un cambio en el mundo y, de un modo u otro, deseamos participar en esa transformación global que vemos tan necesaria. Lo que yo voy comprendiendo es que la pretensión de cumplir un propósito significativo en el mundo no puede estar desvinculada de nuestra vida en este instante, de la inmediatez de lo que hay aquí y de cómo nos situamos ante ello.

Sucede a veces que, buscando un mundo mejor o un papel que jugar en él, nos pasamos por alto que nuestro mundo empieza aquí, en nuestro ambiente interior, en la actitud con la que abordamos cada detalle de nuestro presente. Es la perspectiva en la que nos situamos con respecto a estas sensaciones, estas personas, esta situación, este dolor, esta comida o esta emoción que nos embarga.

Mi mundo es lo que aparece aquí y ahora ante mí. ¿Cómo me sitúo ante él? ¿Lo estoy honrando o inconscientemente lo catalogo como algo de poca importancia que me impide acceder a lo que busco de verdad?

Estas personas que ahora mismo veo, ¿puedo considerarlas las personas adecuadas para mi vida? ¿O creo que no encajan en mi propósito y trato de eludirlas para acceder a otras más preparadas o capaces de entenderme? ¿Cómo me siento en su presencia? ¿Quiero irme lo antes posible? ¿Cómo respiro?

Estos pequeños detalles me informan directamente de cómo me estoy considerando: un pequeño personaje inquieto y buscador o una amplia consciencia que abraza la existencia en cada instante.

Las mejores lecciones que recibo en mi vida no se me revelan en lugares muy brillantes o en situaciones interesantes por su prestigio. Muy al contrario de lo que mi personaje podría esperar, aprendo de verdad al asumir conscientemente las relaciones de menor relevancia para el ego y los lugares que sus conceptos desacreditan y considera insignificantes. Ahí es donde mi corazón va comprendiendo las más profundas verdades de la existencia. En situaciones anónimas, junto a personas simples, la vida hace aflorar el poder del amor en mí y la serena comprensión del ser que nos une a todos. La profunda paz que destilan en mi alma esos momentos, descansa en mí como el criterio de la autenticidad que me revelan.

En realidad, sólo hay dos posibilidades: honrar este instante y estar con él o despreciarlo (casi siempre de forma inconsciente) por no servir a los fines de un personaje que se aferra a su historia.

Si me estoy yendo de este instante, si tengo prisa por salir de él y no le presto atención, puedo estar segura de que estoy en “modo ego”. Es decir, estoy abordando mi vida desde una perspectiva de pequeñez, buscando algo más grande que esto; buscando fuera de mí, lejos de mi hogar.

Si ahora mismo hay espacio en mí para lo que está apareciendo, sea de mi agrado o no, y estoy dispuesta a detenerme si fuera necesario, para contemplar desde ahí lo que experimento, puedo estar seguro de que, naturalmente, me he situado en la amplitud de mi ser, que no necesita otra cosa más allá, porque ya se siente inmenso y lo incluye todo.

 

¿Dónde no queremos estar?

¿Cuáles son las áreas perdidas de nuestra vida?

¿Dónde duele?

¿Dónde nos sentimos indignos, pequeños, olvidados? ¿Dónde preferimos no mirar?

¿Dónde hay pobreza, vacío, dolor, necesidad?

¿Dónde experimentamos miedo, culpa, ansiedad, ganas de salir corriendo?

 

Aquí es donde se nos ofrece la oportunidad, aquí es donde nuestra consciencia puede abrirse. Aquí, en lo escondido, es donde puede despertar nuestro ser más profundo. Ahí es donde nuestra verdadera naturaleza tiene la oportunidad de expresarse.

Cuando aprendemos a permanecer, en lugar de evitar, nos estamos conociendo como luz, como liberadores de nuestro mundo. “Vosotros sois la luz del mundo”, decía Jesús.

En realidad, esto es lo único que necesitamos: iluminar y llenar de amor todo aquello que aflora en nuestra experiencia presente: sensaciones, emociones, pensamientos. Contemplar en la luz de la consciencia y permanecer, no asustarnos. Acoger, abrazar y así permitir que ese mundo amenazador que creamos y en el que creímos se disuelva.

Sí, que se disuelva lo ilusorio. Nuestro sufrimiento es el efecto de haber creído en algo que no es verdad. En haber dado crédito a la idea de separación y haberla cultivado hasta el punto de habernos identificado como seres aislados de la vida. Eso duele, eso genera tanto malestar que no lo soportamos. Pero si seguimos evitándolo, rehuyéndolo, resistiéndonos, lo que hacemos es darle entidad y seguir inmersos en la ilusión.

Nuestro hogar es el momento presente. Nuestro reino, nuestra función, todo nuestro mundo está aquí. Subyaciendo al discurrir normal de la superficie de nuestra vida, muchas criaturas exiliadas, doloridas, avergonzadas, reprimidas, hambrientas, solas, recluidas en las sórdidas y frías estancias de nuestra inconsciencia, esperan su liberación.

Nosotros somos su dios. Dios se expresa a través de cada ser humano que nace con la misión de rescatar del olvido a tantas criaturas rechazadas, de iluminar su propio mundo interno, el único al que tenemos acceso: nuestras emociones, pensamientos y percepciones moviéndose en el espacio interior y generando todo tipo de sensaciones en nuestro pueblo de células.

Para ello se nos ofrecen las imágenes perfectas que ilustran nuestra tarea: las personas y situaciones que, como en una película, desfilan ante nosotros representando a la perfección nuestro mundo interior. Escenas de temor, de amor, de alegría, de dolor, de rencor, de necesidad…van despertando en nosotros todas las emociones necesarias para permitirnos mirar profundamente. Si las atendemos, nos ponen en contacto con la fuente de esa representación proyectada: nuestra percepción de la realidad, nuestra comprensión sesgada de la vida.

Curiosamente, todas estas áreas son las más próximas a nosotros (el prójimo). Lo más íntimo y cercano es, con frecuencia, lo que tiene más poder para mostrarnos lo que necesitamos mirar. Sin embargo, es lo más despreciado por el ego, que busca siempre más lejos lo que cree que es mejor para sentirse especial.

 

Si aprovechamos cada instante para disolver el velo de la ilusión que nos oculta lo real, mirando profundamente, nos podemos reconocer como lo que realmente somos: Dios para nuestro mundo, libertadores de un pueblo adormecido en el olvido de su verdadera naturaleza.

Necesitamos perder el miedo a sentir. Permanecer abierta y amorosamente en medio del sufrimiento es la mejor manera de demostrarnos lo que somos. Eso fue lo que Jesús hizo. Desoyendo la necesidad de escapar de lo que parecía amenazarle, permaneció afirmando su verdadera identidad, inviolable. Abrazando el dolor más intenso, le privó de su imaginaria capacidad de destruir lo indestructible: lo que somos de verdad.

Para esto hemos nacido. Para acoger en nuestro hogar interior todo lo que hemos dejado de lado por creernos separados de ello, por interpretarlo como una amenaza para nuestra identidad. Necesitamos demostrarnos que somos amor para todo, incluyendo incluso lo que nuestra pequeña mente no comprende y evita. Permaneciendo en este instante, en esta respiración, en este paso, en este encuentro, en esta sensación que se nos presenta tan temible... Permaneciendo y amando. Sin separarnos de nada. Quedándonos y ofreciendo espacio a todo. Por pequeño, insignificante o doloroso que nos parezca.

 

Sólo necesitamos entrar completamente en la experiencia de este momento."

 

Extraído del libro "Del hacer al ser" , de Dora Gil,Editorial Sirio.

Capítulo 5 "La luz del ahora".

 

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