Introducción.
Jesús, de lejos, es la figura más “popular” en el mundo. Al menos yo no conozco a nadie que no haya oído de él. Muchos de los que ahora estudiamos Un Curso de Milagros en algún momento hemos hecho de Jesús un ídolo de amor especial o de odio especial; lo hemos amado con devoción, o luego lo hemos rechazado con gran desilusión. Tal vez algunos sólo saben de él por las clases de religión en el colegio, o porque alguna vez acompañaron a su abuelita a la misa el domingo. De la forma que sea, Jesús es una figura presente en la memoria de todos.
La voz de Un Curso de Milagros.
Como sabemos, es Jesús quien habla en Un Curso de Milagros, y, aunque pareciera que explicar quién es Jesús sea un tema que debiésemos dar por sentado, lo cierto es que aún muchos de los estudiantes no han comprendido del todo la función que él cumple y lo que simboliza. Por lo general comenzamos a estudiar el curso con algo de duda y desconfianza. Pensamos: «¿Será realmente Jesús quien habla en este libro?». Y sí, es Jesús quien habla en Un Curso de Milagros. Pero debemos recordar que Jesús es la manifestación del Espíritu Santo, por lo que es el Espíritu Santo quien toma simbólicamente la forma de Jesús como una voz a modo de recurso de aprendizaje, y porque es útil para nosotros, dado lo presente que está él en nuestra memoria. También se nos dice en el Curso que “el Espíritu Santo ha designado a Jesús como el líder para llevar a cabo Su plan, ya que Jesús fue el primero en desempeñar perfectamente su papel.” (C-6.2:2). Aunque esto no quiere decir que Jesús sea especial o mejor que nosotros, sino que simplemente en el tiempo —la ilusión— él deshizo antes que nosotros la culpa inconsciente.
“No hay nada con respecto a mí que tú no puedas alcanzar. No tengo nada que no proceda de Dios. La diferencia entre nosotros por ahora estriba en que yo no tengo nada más. Esto me coloca en un estado que en ti es sólo latente.”
(T-1.II.3:10-13).
También muchos de nosotros nos hemos preguntado alguna vez: «Y si enseña principios tan distintos a los de la Biblia, entonces ¿por qué se le atribuyen a él tales enseñanzas dualistas?». Esto es básicamente porque, identificados con el ego, secretamente deseamos hacer de Jesús alguien humanizado, o más bien, alguien egoico —independiente de que en la Biblia se dice que Jesús es divino y que es el único Hijo de Dios—, pues nuestro afán de hacer ídolos nos lleva, no sólo a hacer un ídolo de amor especial de él, espiritualizando su personaje y su cuerpo, sino que también deseamos hacer un ídolo de odio especial, donde a veces lo vemos como un Jesús enfadado, e incluso rencoroso.
Jesús como “hombre iluminado”.
Es cierto que en el sueño hubo un hombre llamado Jesús, quien estuvo iluminado y despertó completamente; reconoció en su mente que era —junto con todos sus hermanos— el único Hijo de Dios, y Uno con su Padre. Pero es igualmente cierto que nada del sueño es real, por lo que Jesús, al menos como hombre o como persona, sigue siendo una ilusión. Los sueños son sólo sueños, y el Hijo de Dios jamás ha estado realmente en el mundo. El contenido de Amor en la mente de Jesús es lo que es real, que es el Cristo; el santo hijo de Dios, al igual que todos nosotros.
“El nombre de Jesús es el nombre de uno que, siendo hombre, vio la faz de Cristo en todos sus hermanos y recordó a Dios. Al identificarse con Cristo, dejó de ser un hombre y se volvió uno con Dios. El hombre era una ilusión, pues parecía ser un ser separado que caminaba por su cuenta, dentro de un cuerpo que aparentemente mantenía a su ser separado de su Ser, como hacen todas las ilusiones.”
(C-5.2:1-3)
Debemos entender también que el Hijo de Dios sí es real, tanto como su Padre. Y todos nuestros hermanos son el mismo Hijo de Dios. Así que es muy fácil caer en la tentación de confundir a nuestros hermanos con su cuerpo o personaje. Lo que ven nuestros ojos físicos es lo que es ilusorio, y nuestros hermanos no son cuerpo, son espíritu. Así que Jesús, como Cristo, sí es real, tal como nosotros. Pero, nuevamente, esto es en el nivel del espíritu; lo que no tiene forma. Nuestro verdadero Ser no tiene forma, tiempo ni espacio; no tiene dimensión ni limitación; no es sonido ni imagen, no se puede percibir ni tocar. Y eso es lo que es real en Jesús tanto como en nosotros. Para aclararlo un poco más, nada que sea algo dividido o separado es real, sin embargo, nosotros creemos estar separados, y cada una de nuestras mentes aparentemente separadas forman parte de la Mente de Cristo, y a la vez, de la Mente de Dios.
Itsaro Suitt
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